FOLLETINES TELEVISIVOS
En
esencia, y por ponerlo en términos prácticos, cada vez que abrimos un libro,
vamos al cine o encendemos el televisor para ver una película o —sobre todo
ahora— una serie, lo hacemos con la idea más o menos inconsciente de dejarnos
envolver por una historia que nos entretenga e intrigue y, con suerte si es
buena, nos arrastre imperceptiblemente hasta el final. Sin embargo, últimamente
he estado viviendo en el convencimiento de que el éxito de esta exacerbada forma
de consumo televisivo en el que se han convertido las series, depende en no
poca medida de privarnos sistemáticamente de eso, de finales, acaso la parte
más importante de toda estructura narrativa y de la que depende que el resto de
las historias, con sus respectivos planteamientos, desarrollos y clímax no queden
a la deriva, como meras anécdotas sin rumbo ni sentido.
Si
bien se mira, esta forma de consumir televisión, que no es nueva, pero ha
proliferado en gran medida, nos ha venido habituando —educando— a aceptar la
idea de vivir con finales aplazados indefinidamente a lo largo de años
(lustros, incluso), temporada tras temporada. En algunos casos, simple y
sencillamente hemos de conformarnos con finales apresurados e improvisados (si
es que llegan) debido a cancelaciones por razones diversas, entre ellas, algún
tema de licencias o cualquier otra ocasionada por la guerra entre canales y
plataformas que buscan “privatizar” sus contenidos en aras de su propia
supervivencia; y esto, claro, sin que importen mucho los espectadores. Ya el
lanzamiento en estos días de Disney+ ha supuesto que nadie pueda hallar, en
ninguna otra plataforma un solo contenido de Disney. Así que el que quiera
tener acceso a sus clásicos o nuevos contenidos, tendrá que pagar una
suscripción adicional.
Bajo
ese entendido, hoy nadie tenemos nada garantizado en materia de continuidad de
las series, y ver las primeras dos o tres temporadas de alguna en tal o cual plataforma
no nos asegura que habrá una cuarta y definitiva, o que no habremos de
peregrinar de una plataforma a otra para dar con el siguiente episodio, previa suscripción
y pago. En todo caso —que no en todos—el monto resulta ser simbólico, lo de
menos, y la verdadera contrariedad termina siendo esa incertidumbre de no saber
cuándo ni dónde podremos tener acceso a esos contenidos. Algo así me pasó, por
ejemplo, con The Affair, de la cual Netflix nos ofreció las primeras
cuatro temporadas, pero no la quinta y última que después encontré en Showtime,
aunque ya sin interés. Y es que esta interrupción, estas pausas, cuando son
excesivas, atentan contra la tensión narrativa, responsable de mantenernos ahí,
al pendiente de la trama y las andanzas de los personajes. Después de uno o dos
años de haber visto un capítulo, es difícil —en mi caso al menos— que pueda volver
a interesarme con la misma intensidad en sus nuevos capítulos, en la historia y
sus meandros.
La
cosa no sería grave si esto ocurriera ocasionalmente pero, como decía, el
consumo de series depende ya única y exclusivamente de este sistema que ha
venido convirtiéndose en una molesta convención que equivale a ir abriendo y
explorando caminos que buena parte del tiempo parecen no llevar a ninguna parte;
a dejarlos recorridos a medias o a quedar perdidos a mitad de la nada.
Entiendo
que habrá quienes inmersos en esta fiebre por serializarlo todo (ahora tenemos
incluso las docuseries, y reinterpretaciones de clásicos como La Maldición
de Hillhouse, y Bly, respectivamente), hallen deleite precisamente en eso
que a algunos nos parece un abuso y una falta esencial a los principios de la
narrativa, a saber: vivir con las posibilidades de la historia y el destino de
sus personajes en un limbo existencial que les permita fantasear y suponerlo
todo hasta la siguiente temporada, sin importar si ésta llega al día siguiente
o el año próximo, o no llega nunca. Al final lo único que parece importar es el
entretenimiento.
En
lo personal, y volviendo al tema de los folletines televisivos, hay series por las
que he apostado a sabiendas de que en su momento no había más que una sola
temporada disponible, y me han dejado todo planteado para una segunda parte que
no llegó nunca, quizás precisamente por no haber resultado adictivas. En esos
casos, y cuando el futuro es incierto, guionistas y productores tendrían que esforzarse
en ofrecer cierres mucho más flexibles capaces de brindarnos, por un lado, esa
sensación de término, y a la vez, la opción de reabrir historias en caso de ser
necesario o conveniente.
Hay
otros casos más inexplicables como el de la popular serie Anne with an E
que, capítulo a capítulo, preparó el romance entre sus protagonistas para después
regalarnos un desenlace tibio y anticlimático que claramente buscaba servir de
gancho a una segunda temporada que, para eterno berrinche de sus fans, quedó
cancelada. Eso, por no mencionar los conflictos que la trama dejó abiertos, sin
resolver: personajes atrapados en destinos funestos hoy siguen viviendo
encerrados en el imaginario de quienes vimos la serie.
Por
eso, apuesto cada vez más por miniseries que, claramente, están enfocadas en
contarnos una historia con límites temporales bien establecidos, y no en
eternizarse ni seguir generando dividendos aun a costa de improvisar en guiones
hasta deformarlos y desvirtuar el poco o mucho mérito conseguido en sus
primeros capítulos. Ejemplo de estas miniseries la multipremiada Chernobyl,
o más recientemente, Alguien tiene que morir que, con todo y su final “tarantinesco”,
me pareció bien acotada, con temas claros y una producción decente.
He hecho algunas excepciones, como en
el caso de Succession que emepecé a ver sin referencias, solo por
intuición, y ha resultado ser, junto con Breaking Bad, una de las
mejores que haya visto. Con dos temporadas hasta ahora y — gracias a Dios—con
la tercera, y espero que última, ya en producción.
Apuesto también por aquellas series que, desde un inicio, por largas que hayan sido, me ofrecen la certeza de que podré llegar a un final y qué mejor si es en la misma plataforma; solo así sé que, independientemente del tiempo que me tome verlas, podré contar con lo que en principio me propuse encontrar: una buena historia.
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