LA AGENDA TELEFÓNICA

Curioso ejercicio ese de actualizar el directorio telefónico. Hace unos días cambié de celular, y ante la imposibilidad de copiar todos mis contactos de una vez al SIM para luego transferirlos al nuevo dispositivo, me vi obligado a copiar uno por uno.

A medida que lo hacía me fui dando cuenta de que algunos números no tenía ya el menor caso seguirlos conservando. Otros nombres incluso me costó trabajo asociarlos con sus rostros, y en más de una ocasión me cuestioné qué azar me habría hecho registrar sus datos en mi agenda. De otros más sólo conseguí conjurar una vaga imagen desfigurada por el tiempo y el olvido.

Desde luego, de la mayoría me acordaba bien, aunque tenga tiempo de no haberles visto ni hablado. Fue precisamente en esos casos en los que dudé si conservarlos o no, porque bien sé que la posibilidad de reanudar el trato con ellos es nula, y no porque haya habido ningún pleito de por medio; más bien porque el interés ha decaído o simplemente, desaparecido. Supongo que esto es lo verdaderamente importante: ver cómo quienes eran algo y significaban tanto en su momento, simplemente se fueron diluyendo y fueron siendo sustituidos en la agenda -así como en nuestras vidas- por nuevas caras, y nuevos intereses.

Luego me topé con aquellos a los que en verdad lamenté haberles perdido la pista, a pesar de su reiterada insistencia en que nos viéramos o saliéramos y platicáramos alguna vez. Con otros fue al revés: fueron ellos los que me perdieron de vista y se alejaron en contra de mi voluntad y mi deseo por conservarlos cerca y a la mano. 

Dentro de todo, lo más raro fue reconocer ahí aquellos nombres que forman parte de nuestro presente y que son, por decirlo de alguna manera, nuevos en la lista. Es increíble, pero por  absurdo que resulte, es en ellos en donde parece estar englobada toda nuestra vida, como si de pronto la totalidad de ésta se equivaliera únicamente con el hoy en día y con el futuro más inmediato que ellos representan. A menudo, son estos nombres los que no pueden faltar por encima del resto. Los recién llegados son siempre una promesa de algo por venir, a diferencia de las decepciones y desilusiones del pasado, encarnado por todo aquellos fantasmas que a veces es mejor irlos eliminando, aunque cueste trabajo. Más de dos o tres veces decidí conservar los números de ciertas personas, pero sólo porque borrarlos me hubiera parecido una traición a nuestro tiempo, un desdén o una negación. Una tontería, sin duda.

También me topé -y me pareció de lo más extraño- con el nombre de una persona que ya no está entre los vivos desde hace cerca de cuatro años. Ver ahí su nombre y el télefóno al que tantas veces respondió incluso llegó a negarme su irremediable ausencia. El número seguía ahí, al igual que cuando ella vivía. La contradicción fue tan grande, que por un instante me sentí tentado a marca el número con la ingenua esperanza de que alguien tomaría la llamada, y diría "bueno" con su misma voz.

Pero así como da pesar borrar a los que se han ido, da gusto ver a aquellos que han permanecido a través de los años. Sus nombres son sólo un recordatorio, una reiteración visible de que están ahí, y de que seguirán estando. De ellos, ya nos sabemos sus números, direcciones y sobre todo, muchas cosas más que no pueden almacenarse en una memoria digital.

Al final, cuando terminé, me vino un pensamiento: Si yo he borrado el nombre de tantos, quién o quiénes, en su momento, también borraron o borrarán el mío.

Comentarios

Entradas populares