EL MUNDO DE AYER, DE STEFAN ZWEIG

Publicado de manera póstuma, el
Mundo de ayer, memorias de un europeo, es la reveladora y conmovedora
autobiografía del autor austriaco Stefan Zweig, quien llegara a ser el autor
más traducido del mundo a finales de la década de los 30. Escrita desde el
exilio, y por lo mismo, desde la pérdida, la obra abarca desde su niñez hasta
sus últimos años de vida, pasando por los momentos más importantes de su vida.
Gracias al poder evocador de la literatura y la voz
magistral del autor, la lectura de este libro nos brinda la oportunidad y el privilegio de habitar ese mundo que el autor reconstruye
a partir de sus recuerdos; ese mundo europeo, ufano de sí mismo, privilegiado,
caracterizado por la estabilidad y la seguridad que marcaron sus primeros años
en el seno de una acomodada familia judía.
Capítulo a capítulo la vida del
novelista va desplegándose ante nuestros ojos como el fresco vivo de una época
regida por el arte, las letras, el pensamiento y las buenas costumbres. Un
mundo idílico sobre el cual iba proyectándose una sombra que terminaría por
oscurecer la vida de este autor cuyo máximo ideal en la vida fue ver una Europa
unida; una Europa a la que, con inmenso dolor, vio desintegrarse bajo el fuego
y la sangre de dos guerras mundiales.
El mundo de ayer, por lo mismo, es
una carta de amor a una Europa desaparecida; testimonio impregnado de inmensa
nostalgia que se cuela en cada uno de los recuerdos, pensamientos y evocaciones
que llenan las páginas del libro: los viajes por Europa en búsqueda de sí mismo,
de su propia voz; sus amistades y encuentros con los grandes artistas e intelectuales
de la época (Rilke, Thomas Mann, Johan Strauss, Freud; Joyce); en la vida de
los cafés vieneses, y también en sus días de exilio.
De lo que más disfruté fueron
aquellas páginas dedicadas a la literatura, a su forma de escribir, de crear; y
también aquellas que dedica a hablar de su éxito, aunque en realidad sean pocas
las que concede a ambos temas. Todo un misterio en realidad, al igual que la
ausencia casi absoluta a cualquier referencia de su vida sentimental. Es como
si nada de esto, al final, hubiera importado mucho para él; o al menos no tanto
como importó su gran tragedia: la pérdida en vida de ese mundo, de esa Europa a
la que amó y tuvo que dejar, perseguido por el nazismo que de un día para otro
prohibió y quemó sus libros y apagó la luz de su voz y su pensamiento.
Y mientras uno lee, va siendo
inevitable no sentir —junto con el mismo autor y toda esa generación que
asistió a los desvaríos de un siglo devastador— añoranza por ese mundo cándido,
seguro y confiado en el que las revistas y periódicos eran capaces de moldear
el pensamiento e influir en la vida social; por esa época en que las palabras y las
ideologías podían encender guerras, pero también combatirlas; por ese mundo
capaz de reaccionar y corregir el rumbo, sentirse traicionado por los falsos
ídolos y ponderar de nuevo los valores eternos después de la catástrofe.
De pronto me parece imposible
transmitir todo lo que este libro me ha hecho sentir, pensar y vivir. Lo tengo
subrayado casi en su totalidad. Y es que ¡qué voz, que vida! Pero, sobre todo,
qué capacidad de expresar, de transmitir, de ver y entender la realidad.
Quizás hayan sido estos atributos, esta sensibilidad exacerbada, la que hizo
posible al artista, pero también la que tanto le hizo padecer la vida que al
final le pareció indigna de seguir viviendo.
Este es un libro sobre la vida pero también sobre la pérdida, y leerlo ahora constituye una advertencia para quienes hoy estamos aquí y asistimos al surgimiento de nuevas sombras que amenazan la libertad y la seguridad; a la supremacía del consumo y la inmediatez. Pero como el mismo Stefan Zweig reconoce al final, “toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz, y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo éste ha vivido de verdad”.
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