EN EL NÚCLEO FAMILIAR: LAS CORRECCIONES DE JONATHAN FRANZEN

Jonathan Franzen, el autor norteamericano que ha ganado dos veces el National Book Award con sus novelas Las correcciones (2002) y Libertad (2011), respectivamente, para muchos es uno de los máximos exponentes de la gran novela norteamericana. Su punto de partida, al menos en estas dos novelas, es siempre la familia, que es, después de todo, el núcleo de toda sociedad, en donde todo enferma, pero también donde todo sana. 

Leí Libertad hace ya unos años, apenas en el 2012, cuando fue aclamada por la critica internacional, y hallé una novela monumental que movía a sus personajes en contextos complejos, tan bien elaborados, tan detallados en su arquitectura, que casi podía tocarlos con mis manos. De lo que más recuerdo de Libertad es la forma en que el autor hacía evolucionar a sus personajes a través de las situaciones a las que paradójicamente va sometiéndolos el uso de su propia libertad. 

Con el gran recuerdo de esa novela aún vigente, acometí la lectura de Las correcciones, en donde encontré más de lo mismo, dicho esto en términos de efectividad y calidad literaria. Dificil emitir un juicio sobre cuál de las dos me ha gustado más, aunque en lo personal, el drama de lo cotidiano y la disfunción familiar han llamado siempre mi atención. En este sentido, me parece que es en Las Correcciones en donde Franzen hunde el dedo con mayor zaña en esa llaga.

Más allá de los contextos nacionales e internacionales de los que se sirve para poner de relieve el pulso de toda una sociedad llena de contradicciones, ambiciones e insatisfacciones, la trama de la novela está habitada por cinco personajes estupendamente delineados en sus dimensiones psicológicas. Jonathan Franzen no escatima tinta para narrarnos los recuerdos más tempranos, los momentos mas íntimos, los pensamientos más egoístas y aniquiladores de cada uno de ellos para brindarnos el retrato hiperrealista de una familia que, como todas, se las ingenia para esconder tras las apariencias aquello de lo que se avergüenzan sus integrantes, incluido el rechazo y la pobre opinión que unos puedan tener de los otros miembros de la familia.

Ahí está Enid, la madre. Una amante de la forma, en especial en  lo tocante a la vida de sus tres hijos, en los que -por alguna distorsión del afecto materno- insiste ver algo distinto de lo que son en realidad. La madre y esposa que busca proyectar la imagen de la familia perfecta, y aún más, que busca comprarse a ella misma esa imagen a cualquier precio. No importa que para lograrlo deba tomar poderosos antidepresivos que maquillen los más insalvables defectos de lo que junto con su esposo ha construido.


Luego está Alfred, el padre, enfermo de salud, de demencia, de incontinencia, pero también de melancolía por lo que pudo ser y simplemente dejó de ser o no fue nunca. Un hombre resignado, subyugado por la voluntad totalitaria de la esposa para la que se ha convertido en estorbo, al igual que para sus tres hijos. 

Y qué decir de Denise, la hija menor, que desde la perspectiva de sus dos hermanos es la exitosa, la sensata. Pero ella también guarda sus secretos, entre ellos, la crisis de identidad sexual en la que ha desembocado después de relaciones fallidas con hombres mayores, casados o comprometidos por los que, a su pesar, siente magnética debilidad. Ni siquiera el restaurante de lujo que comanda ha logrado brindarle la plenitud que los más ingenuos le atribuirían a cualquiera en su posición.

Chip, por su parte, encarna lo más cercano al intelectual fracasado que se vende a sí mismo una idea de él que por alguna razón no casa con su realidad. Egoísta, casi anárquico en la forma de conducir su vida, ha empezado a tocar fondo estafando a la gente a través de Internet en un lugar alejado del mundo. Un hombre a la deriva igual dispuesto a perderlo todo por una joven que por la promesa de unos cuantos billetes en un estado fallido. 

Por último, está Gary, el hermano mayor, el hombre de familia que tras la gran fachada de su residencia en Filadelfia no encuentra la forma de negociar la felicidad con su esposa ni con sus propios hijos; tres pequeños que empiezan a mostrar un inquietante apego (¿o será lealtad?) hacia su madre, resultado de la manipulación. Gary, hombre insatisfecho, que se cree con el derecho suficiente para corregir la vida de sus padres; al igual que ellos -en algún momento- la de cada uno de sus hijos, y junto con ellos, la de su propia historia como familia. 
En síntesis una novela inmisericorde sobre el poder destructor y redentor de ese núcleo del que todos, para bien o mal partimos, y al que también, para bien o mal, siempre volvemos. Novela que resulta cruel por momentos; pero como dijo alguna vez Javier Marías acerca de En busca del tiempo perdido, un libro cruel por verdadero.

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