ASUMIRNOS Y VIVIR PARA MADURAR
¿Quién no se
despidió alguna vez de un amor de verano con el corazón afligido, presa de la
incertidumbre de lo que el tiempo traería después; quién no se despidió así de
una pasión inconfesada, o en el mejor de los casos, con la embriagadora satisfacción de haberla vivido a
plenitud; conforme con su duración y resignado a lo que de ella fuera quedando en la memoria?
En Llámame por
tu nombre, Andre Aciman, autor de origen egipcio, nos lleva a revisitar estas emociones a través de la historia de Elio, un adolescente de 18
años que arrullado por el embeleso de la provenza italiana, se entrega a las
fantasías que desata en su mente la presencia de Oliver, joven escritor que se hospeda
en la residencia familiar durante el verano.
Narrada en primera persona, la novela nos
sumerge en la mente de un Elio que fantasea hasta la obsesión y el delirio con
un encuentro entre Oliver y él; pero es también la de Elio una mente que se
cuestiona y se culpa por las contradicciones, por todo eso que pasa en su
interior y no alcanza a entender sobre sí mismo; lo bello de todo esto es que
no por eso recula, ni se auto censura; por el contrario, maquina, propicia y busca
hasta encontrar aquello que lo consume.
Llámame por tu nombre es en cierto sentido una
novela de formación, una de esas en las que asistimos al crecimiento y madurez
de su protagonista a través de los años; a su evolución y a la forma que va
definiéndose a sí mismo por medio de las experiencias y la experimentación, que
son, a menudo, las dos únicas maneras de conocer la vida y el papel que
intentamos jugar en ella.
La ambientación es otro de los grandes
atributos de la novela. Hay algo casi bucólico que se desliza a través de las
páginas. Esa vida costumbrista, acomodada, perezosa, tan solo agitada por los
aromas, los sonidos de la naturaleza que exaltan sin querer las sensaciones,
y abren la puerta a un poético erotismo.
Al leer estas páginas tiene uno la sensación de
que el libro, con todo y su brevedad, toca una variedad inmensa de temas; uno
de ellos, el del tiempo y su efecto en la forma en que nos percibimos a
nosotros mismos en retrospectiva; la manera en que su transcurso desmiente o
confirma a ese “yo” lejano que fuimos alguna vez.
Hacia el final de la novela hay un diálogo -o
será monólogo- maravilloso entre el protagonista y su padre, que resulta toda
una invitación a vivir, a abrirle los brazos a la experiencia sin avergonzarse
nunca de nada, y mucho menos de los sentimientos, o de aquel o aquello capaz de
despertarlos y agitarlos para bien o mal de nuestro frágil corazón.
Andre Aciman tiene una capacidad inmensa para
hablar a través de la mente de sus personajes y hacernos vivir a través del
pensamiento no solo cuanto realmente sucede fuera de ellas, sino cuanto no
sucede y queda solo en posibilidad, fantasía y anhelo. Después de todo,
es de esa amalgama compuesta de nuestras propias ficciones y de los hechos que realmente ocurren fuera de ella, de lo que compone nuestra vida.
Una novela bellísima, de esas que perduran en
la memoria.
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