EL MUNDO DE AYER, DE STEFAN ZWEIG


Corría el año de 1942, y mientras Europa ardía en las llamas de la Segunda Guerra Mundial, del otro lado del Atlántico, en la ciudad de Petrópolis, en Brasil, exiliado de su natal Vienna, en donde sus libros habían sido quemados y prohibidos, moría por su propia mano el gran Stefan Zweig. A su muerte dejó una breve carta de despedida explicando el porqué de su prematuro adiós. Pero es en realidad en El mundo de ayer, su último libro, en donde yacen las verdaderas respuestas y las razones que doblegaron su espíritu y lo orillaron a renunciar al transcurso.

Publicado de manera póstuma, el Mundo de ayer, memorias de un europeo, es la reveladora y conmovedora autobiografía del autor austriaco Stefan Zweig, quien llegara a ser el autor más traducido del mundo a finales de la década de los 30. Escrita desde el exilio, y por lo mismo, desde la pérdida, la obra abarca desde su niñez hasta sus últimos años de vida, pasando por los momentos más importantes de su vida.

Gracias al poder evocador de la literatura y la voz magistral del autor, la lectura de este libro nos brinda la oportunidad y el privilegio de habitar ese mundo que el autor reconstruye a partir de sus recuerdos; ese mundo europeo, ufano de sí mismo, privilegiado, caracterizado por la estabilidad y la seguridad que marcaron sus primeros años en el seno de una acomodada familia judía.

Capítulo a capítulo la vida del novelista va desplegándose ante nuestros ojos como el fresco vivo de una época regida por el arte, las letras, el pensamiento y las buenas costumbres. Un mundo idílico sobre el cual iba proyectándose una sombra que terminaría por oscurecer la vida de este autor cuyo máximo ideal en la vida fue ver una Europa unida; una Europa a la que, con inmenso dolor, vio desintegrarse bajo el fuego y la sangre de dos guerras mundiales.

El mundo de ayer, por lo mismo, es una carta de amor a una Europa desaparecida; testimonio impregnado de inmensa nostalgia que se cuela en cada uno de los recuerdos, pensamientos y evocaciones que llenan las páginas del libro: los viajes por Europa en búsqueda de sí mismo, de su propia voz; sus amistades y encuentros con los grandes artistas e intelectuales de la época (Rilke, Thomas Mann, Johan Strauss, Freud; Joyce); en la vida de los cafés vieneses, y también en sus días de exilio.

De lo que más disfruté fueron aquellas páginas dedicadas a la literatura, a su forma de escribir, de crear; y también aquellas que dedica a hablar de su éxito, aunque en realidad sean pocas las que concede a ambos temas. Todo un misterio en realidad, al igual que la ausencia casi absoluta a cualquier referencia de su vida sentimental. Es como si nada de esto, al final, hubiera importado mucho para él; o al menos no tanto como importó su gran tragedia: la pérdida en vida de ese mundo, de esa Europa a la que amó y tuvo que dejar, perseguido por el nazismo que de un día para otro prohibió y quemó sus libros y apagó la luz de su voz y su pensamiento.

Y mientras uno lee, va siendo inevitable no sentir —junto con el mismo autor y toda esa generación que asistió a los desvaríos de un siglo devastador— añoranza por ese mundo cándido, seguro y confiado en el que las revistas y periódicos eran capaces de moldear el pensamiento e influir en la vida social;  por esa época en que las palabras y las ideologías podían encender guerras, pero también combatirlas; por ese mundo capaz de reaccionar y corregir el rumbo, sentirse traicionado por los falsos ídolos y ponderar de nuevo los valores eternos después de la catástrofe.

De pronto me parece imposible transmitir todo lo que este libro me ha hecho sentir, pensar y vivir. Lo tengo subrayado casi en su totalidad. Y es que ¡qué voz, que vida! Pero, sobre todo, qué capacidad de expresar, de transmitir, de ver y entender la realidad. Quizás hayan sido estos atributos, esta sensibilidad exacerbada, la que hizo posible al artista, pero también la que tanto le hizo padecer la vida que al final le pareció indigna de seguir viviendo.

Este es un libro sobre la vida pero también sobre la pérdida, y leerlo ahora constituye una advertencia para quienes hoy estamos aquí y asistimos al surgimiento de nuevas sombras que amenazan la libertad y la seguridad; a la supremacía del consumo y la inmediatez.  Pero como el mismo Stefan Zweig reconoce al final, “toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz, y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo éste ha vivido de verdad”.

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