APÁTICA APATÍA

Al menos un día del mes, generalmente los lunes posteriores a un fin de semana más relajado, de esos que le hacen a uno creer durante 48 horas que su vida ha cambiado y que las ataduras de la vida laboral se han esfumado y dado paso a una vida menos ordinaria, suele apoderarse del espíritu una desgana que inmoviliza la voluntad y que pone a prueba la determinación para llevar a cabo las acciones más elementales. No ya digamos levantarse temprano, sino por ejemplo, vestirse con decoro: el clóset, visto a través de los ojos en los que los sume ese estado de ánimo, se antoja anticuado, incluso sucio y desgastado, demasiado visto ya, o tan solo el mismo de siempre... el ánimo, amilanado para inventar una nueva combinación, se resigna a elegir lo más gris que haya a la mano, y ya con eso bastará para sentirse así, gris, durante el resto del día.

En esos días, manejar entre el tráfico de las mañanas, más que ser una penosa necesidad, se convierte en una actividad mecánica a la cual uno se entrega con indolencia; suele uno conducir como quien no se entera de a dónde va o de si va tarde o se le ha hecho temprano. El sueño demoledor obnibula toda asomo de inconformidad y queja.

Ya en el lugar de trabajo, hasta el placer de hojear el periódico y enterarse de cómo marcha el mundo se convierte en un hábito del que bien se podría prescindir, parece más un deber que un gusto, y bien mirado, implica un esfuerzo considerable de atención. Tantos datos, encabezados, fotos y testimonios parecen un laberinto mental del cual es imposible salir sin un acentuado sopor.
El café, que tan aromático suele darnos la bienvendia y nos reconforta cada mañana, no es ya sino el pretexto para levantarse del lugar y espabilarnos la pesadumbre que antecede a la frustración y hasta las crisis existenciales: "¿Y si después de todo, me choca tanto venir, qué hago aquí?, pero y....¿a dónde me iría?.

Las tantas y tan largas horas del día, todas dispuestas ahí, en fila hasta el anochecer, son capaces de socavar la moral ya de por sí disminuida y tenue. Es entonces cuando uno sabe y va confirmando a medida que éstas se van cumpliendo, que todo lo solicitado y aún exigido por parte de los "jefes" nos parecerá postergable, y que aquello que no pueda encajar aunque sea a la fuerza en esa categoría, adquiriá un amenzanate cariz de condena y castigo que hará que todo lo que haya de cumplirse durante el día parezca un mero trámite para llegar a salvo hasta la muy lejana, distante y casi quimérica mañana siguiente.

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