LA RUSIA DE LA CASA DE LOS ENCUENTROS

Acabo de terminar de leer La Casa de los Encuentros de Martin Amis, autor al que desde hace tiempo tenía ganas de leer, y creo que lo hice con el libro indicado. Se trata de una novela intorpsectiva, de una confesión. De hecho, con esta novela, muy al estilo de John Banville -quien recurre en sus libros a esa voz que habla, envuelve, confiesa y busca la expiación- he confirmado mi predilección por la primera persona, creo que es más profunda, más real, a veces.

A través de una larga carta que el narrador escribe a su hija, el libro cuenta la historia de dos hermanos que son enviados al Gulag durante la Rusia stalinista y sus postrimerías. En medio de ellos se alza la figura de una mujer que se convierte para ambos en el motivo y razón de seguir viviendo en las duras condiciones a las que los somete la vida en ese Gulag perdido en las llanuras del Círculo Polar Ártico, en Siberia.

El más fuerte de los hermanos, la desea, la sueña, la acecha, pero no puede tenerla. El otro, más débil, más feo y tartamudo se ha casado con ella; el hecho atormenta al otro, al primero, quien envidia y aborrece al rival, al hermano. Pero por otro lado, lo une a él, lo vincula irremediablememnte.

La historia sigue a estos tres personajes antes y después de haber estado en el campo de trabajo, y da cuenta de cómo esto condenó sus destinos, al igual que el de millones que padecieron los horrores del Estado.

En realidad el libro es una denuncia a las políticas de Rusia, a sus vicios y sobre todo, a los pecados cometidos contra su propia gente en el pasado, pero también en el presente, siendo el más grave de todos ellos -según el narrador- el de nunca haber admitido los errores, y por lo mismo, nunca haberlos enmendado.

La mirada de la víctima, aún subyugada por una conciencia atormentada e imposible de acallar, busca en el pasado y en todo aquello que en su vida consideró inevitable para garantizar su supervivencia, la justificación de sus propios horrores. Y a este respecto, la reflexión sobre cómo todo aquello que uno hace y va considerando eventual, casi incidental en su vida, es cruel. Pues todo arroja consecuencias y extiende su influencia y su marca a través del tiempo sin que uno lo note, hasta que un día simplemente aparece y dice "¿me recuerdas?"

"...las gentes de todo el mundo son capaces de crear sus propias trampas, sus prppias adhesiones. No siempre se requiere la orquestación del Estado"

En el camino asistimos a la fría, pero infernal realidad siberiana, y al olvido al que su gente, casi espectral, ha sido confinada por un Estado incapaz de extender su brazo a esas regiones sepultadas por la nieve y el frío. Éstos últimos, dos factores que junto con las guerras y la aniquilación han dejado a una Rusia estéril que hoy, todavía, y más allá de la ficción de la novela, la tienen al límite de la agonía demográfica.

"La inmensidad verde oliva... La masa de la tierra, del campo, el tamaño de su parte del planeta: eso es lo que nos obsesiona, eso es lo que subvierte las cordura del estado".

En fin, qué ganas de ir a Rusia.

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