EL MUSEO PERSONAL

 
"Looking back on it, I'd probably say it's one of my favorites on Time Being. It's all about the little souvenirs that we save or treasure. And although they might seem meaningless to others, to us they're the things that tell our story"

Ron Sexmith acerca de su canción
Some Dusty Things


Desde hace tiempo he desarrollado una aprehensión por ciertos objetos que decoran mi librero y mis repisas. Algunos son meros souvenirs -afiches, dirían algunos- pero que con el paso de los años se han ido convirtiendo en depositarios del tiempo, en recuerdos congelados en la materia más simple y a veces barata. El valor, ya se sabe, no radica en ello, así como las vasijas de un museo no se cotizan por el alabastro o el barro, sino por el testimonio que brindan de tiempos pasados, al igual que casi toda pieza de valor arqueológico que pueda exhibirse tras una vitirna.

De esta misma forma uno también va construyendo su museo personal, con piezas que tal vez en su momento fueron sólo un souvenir o un capricho, un regalo, objetos cualesquiera de los que en su tiempo pudieron haberse conseguido miles, sin pensar que en un día lejano se convertirían en únicos y de inestimable valor.

En lo personal, confieso que muchas veces encuentro un placer nostálgico al acercarme a ellos y tocarlos y sentir la energía que conservan y que de alguna manera, intuyo, van absorbiendo de uno mismo, de lo que en ellos hemos volcado y depositado, como si fueran cajas fuertes de recuerdos y emociones, e incluso de supersticiones.

Hace poco perdí por un azar una botella de Ginebra Gordon's que compré en el aeropuerto de Heathrow de Londres, y que conservaba desde hacía tres años. Era para mí uno de los últimos vestigos de una etapa conluída y que por momentos considero sólo en pausa, suspendida. Al ver que la botella había desaparecido y que su contenido intacto -que hasta ese entonces había constituido para mí una promesa de regreso- había sido vaciado, sentí como si hubiera perdido una parte de mí, como si una memoria me hubiera sido arrebatada. Hubo quienes al ver mi agravio me dijeron que por eso no era bueno ser tan aprehnsivos con lo material, como si estuviera lamentándome por la pérdida de un objeto caro o suntuoso. El significado, desde luego, era otro.

En un viaje reciente me topé en una juguetería con dos muñecos de los Thundercats, pero inspirados en la vieja serie de los años ochenta, idénticos a los que alguna vez tuve y atesoré, pero que al crecer empecé a verlos como un ancla de esos años de los que uno, sobre todo durante la adolesencia, se averguenza un poco por ser infantiles y bisoños. Al verlos ahí, envueltos en sus cajas, con sus accesorios que bien recordaba, poco faltó para que gritara de la emoción. Por supuesto los compré todos y de alguna manera sentí haber recuperado parte de esa infancia que ahora ya nunca negaría. Los juguetes son algo de lo que uno jamás debería desprenderse, los papás deberían ser conscientes de ello. No imagino mejor regalo en mi vejez que un un viejo baúl con todos esos muñecos que alguna vez me hicieron tan feliz. En esto, difiero un poco de la decisión de Andy de separarse de sus juguetes en la maravillosa Toy Stroy 3, porque si bien es una buena lección esa de dejar ir las cosas y dar paso a nuevas etapas sin atavismos, yo al menos me arrepiento de haberme deshecho de algunos de ellos. En lo personal, me gustaría mucho saber qué pensaría Andy a su 45 o 50 años; si no le gustaríá reencontrarse con Woody y con Buzz y si entonces no los consideraría dignos de una vitrina o de un espacio en las repisas de su museo personal.

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