OTOÑO

"The leaves have lost hold of the branches as always
And leaves us with gold and wine colored pathways"


El otro día en el camino al trabajo vi en medio de un camellón común y corriente un árbol que me llamó la atención y predispuso mi ánimo para el resto del día. 

Había otros de su misma especia a lado de él, pero sus hojas eran las únicas doradas y anaranjadas, lo que hacía más contrastante su premura, su impaciencia por acabar el ciclo. Como fuera, todavía las conservaba; ahí seguían todas esperando a que la estación terminara de empezar para entonces sí, dejarse caer una a una.

Está por llegar el Otoño, pensé. Y sí, lo pensé con un poco de melancolía, a pesar de que es la época del año que más me gusta. El aire sopla de un modo distinto, más frío, más lento y más triste. Los colores cambian y el andar se vuelve ruidoso por la hojarasca. El cielo se llena de hojas que en su camino hacia abajo vuelan y se entretienen de un lado a otro, y descansan en mil lugares antes de convertirse en polvo, fino y grueso, que tarde o temprano volará de nuevo.

Cuando pienso en por qué me gusta esta época, siempre descubro con un dejo de extrañeza que es porque trae consigo una sensación de término y letargo, de agonía prolongada que va desde ese primer momento en que los árboles empiezan a cambiar de color hasta que se quedan sin una sola hoja. Y al final del proceso, al ver las ramas yertas y desnudas, es increíble -o lo es para mí- pensar en que hasta hacía muy poco era imposible alcanzar a verlas a través del follaje; de ese mismo modo resulta imposible e improbable que alguna vez puedan volver a cubrirse de color y logren dejar atrás la triste desnudez que les depara el invierno. 






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