LA MENTIRA DEL IDEALISMO


Es increíble hasta qué punto uno es capaz de idealizar a una persona cuando nuestro  tiempo a su lado se ha cumplido, sobre todo cuando el adiós nos ha sido dado y no al revés. Somos muy dados a creer que por alguna misteriosa razón o un giro inesperado-que por lo demás sabemos improbable- a partir de que la distancia ha empezado a mediar entre nosotros todo aquello que no nos gustaba o no nos convencía de ella desaparece y es sustituido por un sin fin de virtudes y cualidades, que por otro lado, sabemos a ciencia cierta no es susceptible de desarrollar. 
 Sí, el dolor y la añoranza alteran de forma irracional nuestra percepción de la persona y de su entorno, sobre todo cuando hay un tercero de por medio. Nos imaginamos que ella le sonríe diferente, que se arregla distinto para él a como lo hacía para nosotros; que sus modos se han refinado y que en esencia ha dejado de ser quien era. Como si alguien más la hubiera usurpado y mejorado. Pero todas esa visiones son solo fruto de los celos que cubren con su tramposo velo la imagen consabida e inalterable de la persona que en realidad sigue siendo la misma, con sus mismos defectos y sus mismos encantos, con sus mismos recursos y su misma sonrisa que se muestra igual a él a como se mostraba a nuestros ojos. Y con todo, no son solo los celos los responsables de esta ilusión. También lo es, y sobre todo, el deseo insatisfecho de que dicha persona haya sido en nuestro tiempo lo que hubiéramos querido que fuera; y  es solo la imposibilidad de seguir comprobando día a día y minuto a minuto que nunca llegará a serlo, lo que nos siembra las dudas de si lo será alguna vez. Y supongo que es esa misma posibilidad ya por siempre vedada a nuestros ojos y a nuestro corazón, lo que nos mantiene en vela e impide nuestro descanso. El temor a que suceda lo que siempre quisimos, solo que ya no para nosotros.

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