CONVERSACIONES INACABADAS


Hacía tiempo que no viajaba solo a un lugar en el que los largos trayectos en tren, metro o avión me expusieran a la conversación con extraños. En esos casos no es lo mismo ir acompañado de alguien; la presencia de un acompañante suele actuar como un elemento disuasorio para quienes se sienten solos en su trayecto y buscan intercambiar una que otra palabra para matar el tiempo.
Pero después de un tiempo de estar solo y aislado en los propios pensamientos, incluso yo me he preguntado por el de a lado y así he llegado a entablar pláticas casuales.

Qué gratificante es entonces descubrir alguna afinidad con él, y con su mundo: Una lectura, un destino en común pueden cambiar el rostro huraño e hirsutro de aquel por uno amigable y comprensivo. Y es que fuera de nuestra casa y ante el extraño somos más dados a abrirnos que con la gente que más conocemos. No sé, es como si de antemano contáramos con el hecho de que al extraño no le volveremos a ver y confiáramos en que junto con él se irán nuestra confidencia o nuestro secreto, sin que por ello hayamos de privarnos del desahogo de haberlo contado. "The confort of strangers", le han llamado por ahí.

A lo largo de un viaje  de tres o cuatro días uno puede llegar a enterarse de la vida de muchas otras personas. De sus motivos para estar o ir de tal cual lugar; de sus ideas a cerca de religión, política; de sus inquietudes, gustos, forma de vida y posturas respecto a temas de interés digamos universal,  por no hablar de aquellos que conciernen sólo a su lugar de residencia o de su mundo íntimo como aficiones,  lugares que suele frecuentar y evitar. En el mejor de los casos, puede uno conocer su círculo de amigos, su casa y cocina.

Sí, penetra uno en la vida de la personas apenas las escucha hablar y de inmediato se hace uno ideas acerca de ellas y también de sus vidas. Uno emite, aunque sea silenciosamente, juicios, y se crea expectativas, además de que encuentra diferencias y afinidades. Construye uno vínculos, aunque sean fugaces, pero serán esos vínculos los que después -cuando nos hayamos separado de dichas personas, para no volver a verlas jamás- nos hagan pregutarnos por su rumbo y paradero: ¿Y qué habrá sido de aquel? ¿Habrá resuleto su problema? ¿Habrá ganado el partido de futbol que jugaría al día siguiente de habernos despedido? ¿Habrá conseguido el empleo? ¿Me habrá hecho caso respecto al libro que le sugerí?

Todas esas pláticas o conversaciones que se tienen a bordo de un tren, un avión, o en un café, un bar o una calle me dejan siempre con una sensación de algo inacabado, de algo que empezaba y que la situación misma -esa condición inherente a todo viajero, la de estar siempre de paso, siempre de manera transitoria- obliga a terminar de tajo aun cuando a veces uno sienta la tentación o atracción de instalarse en ese mundo, aunque fuera una noche más, para ser un poco menos transitorio en las vidas ajenas.


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