LA MANCHA INDELEBLE

Más allá de las actuaciones y de si la adaptación del libro de Lionel Shriver está o no a la altura, la película We need to talk about Kevin (2011) de Lynne Ramsay es perturbadora y no sólo lo por la historia. A ello contribuyen la atmósfera verdaderamente opresiva y la asociación de ideas que van construyéndose a lo largo de toda la película gracias a una edición no líneal sino paralela que nos va contando desde el pasado, cómo es que los personajes han llegado al presente.

Es una película violenta pero no por las imágenes que muestra, de hecho, es poco explícita (me sorprende que se clasificación B). Lo es más por la presencia del color rojo en casi cada cuadro, de esa presencia que nos recuerda la sangre pero también la culpa y el dolor indelebles de Eva, la madre de Kevin. La mancha roja como alegoría de aquello que no puede lavarse ni borrarse, de la mácula que imprimen en el alma la culpa y el dolor de tener que padecer algo que no tiene aparente explicación.

Estamos hablando del mal como algo congénito que se gesta desde del vientre materno, de un pecado original llevado al extremo y para el que no existe paliativo ni atenuante, y que por el contrario está destinado a ir incrementando a medida que Kevin va adquiriendo conciencia de eso que habita en él tal vez en contra de su voluntad. ¿Es acaso el psicópata consciente de su voluntad distorsionada y maligna, o actúa sólo por instinto, por un designio incomprendido y difuso?

La carga, al final, recae en la madre, en ella, que desde el principio dio muestras de no querer tener al hijo fruto de un descuido, de un desenfreno. El padre, por lo demás, prefiere ignorar el problema y en un alarde de imprudencia e irresponsabilidad cultiva, sin saberlo, el instinto asesino en su propio hijo.

La película cuida muy bien el secreto del hecho que mancha la vida de la madre y condena al adolescente. Sin embargo, vamos asistiendo poco a poco a algo que resulta mucho más inquietante: a las consecuencias y a la gestación de ese acto final que obliga a Eva a cuestionarse, a buscar en el pasado las razones del por qué. Sin embargo, ante la imposibilidad de encontrar esas respuestas, recurre, resignada, a preguntarle al causante de todo, a su propio hijo. Su respuesta encierra el misterio de tantas masacres y crímenes y asesinatos que se cometen y se gestan todos los días frente a nuestras propias narices y frente a nuestras miradas tan ciegas, siempre obnibuladas por el amor en cualquiera de sus formas, en este caso, por el amor filial.

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