ÚLTIMAS MIRADAS

Cada vez que salgo de viaje o visito un lugar por un periodo más o menos largo o corto de tiempo, basta con que éste sea entrañable para anticipar una despedida triste, fruto no solo del adiós, sino más bien de un desprendimiento, de una separación y de una sensación de pérdida. Este tipo de sentimientos  se manifiestan cuando uno ha establecido un vínculo afectivo con el lugar, con el cual nos hemos de alguna manera identificado y fundido; esto es, cuando el lugar ha dejado algo en nosotros, y nosotros, algo nuestro en sus calles y plazas.

Los vínculos espaciales más fuertes que tiendo a desarrollar son con aquellos lugares a los que sé de antemano que es poco probable que regrese algún día, o que si lo hago, habrá de haber un tiempo indefinido de por medio, lo cual me garantiza siempre regresar siendo otra persona y en una circunstancia muy distinta que me haría añorar el pasado, o por decirlo así, la primera vez que visité aquel lugar.

Es por todo esto que siempre, antes de abandonar un hotel, una casa, o una calle por última vez, me gusta echar una última mirada a esa estampa que procuro almacenar en la memoria con especial fidelidad. Durante el tiempo que dura esa última mirada me gusta concentrarme y pensar en todo lo que he visto y vivido en ese lugar, y garantizar una imagen mental a la cual poder regresar eventualmente. Me gusta saber entonces que siempre podré decir de un lugar "La última vez que vi Venecia estaba en la estación de trenes. Apenas amanecía"... Supongo que en el fondo es una manera de capturar ese momento en específico y de asegurarme de que el tiempo no lo someta tan rápido al olvido.  
A veces, incluso, soy proclive a la fantasía de creer que durante el tiempo que me toma esa reflexión, el espacio también me mira de regreso y se despide de mí y de mi paso por ahí, hasta la próxima vez, si es que llegara un día en el que nos volviéramos a encontrar.










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