VICIOS DE LA IDENTIDAD

Juan Villoro impartió la conferencia Suave Patria, que tuvo como tema central la identidad de los mexicanos. En ella retomó algunas ideas y conceptos clave que fueran planteados en su momento por Octavio Paz y Roger Bartra, pero más bien lo hizo para ofrecer un perfil y un marco que ya no necesariamente nos ubica ni representa. Es decir, a juicio de Villoro, el mexicano salido del campo, ignorante y temeroso, inseguro, del que hablaba el Laberinto de la Soledad, ya no se corresponde, o no del todo, con el mexicano moderno y multicultural de nuestros días.

Durante mucho tiempo el Laberinto de la Soledad ha servido de espejo para conocernos y reconocernos como mexicanos, a veces a nuestro pesar. Sin embargo, Villoro plantea hoy otros rasgos identitarios que no son mucho más halagüeños ni esperanzadores, pero sí distintos a los que describía Octavio Paz.

Villoro ya no habló de "la chingada", ni de rajarse (solo como marco de referencia). Habló de un autoritarismo creciente, de inseguridad, de un recelo a la otredad que -ahí sí- conservamos del mexicano de Paz y Bartra. Esto, en el terreno de lo individual. Pero en lo colectivo, dijo, nos definen las estructuras verticales de poder (pirámides), en las que una sola persona delega, designa y dispone, mientras los demás, obedecen y callan.

Por cierto que también dijo algo muy cierto sobre la obediencia. "Es muy cómodo obedecer", porque así si algo falla, la responsabilidad nunca será del obediente, sino del que le pidió u ordenó que hiciera o deshiciera. Esto, por supuesto, también habla sobre la responsabilidad y la manera en que la asumimos, sobre el temor y la falta de integridad al no saber admitir las culpas y cargar con los errores.

Otro de los puntos que tocó fue el de quiénes somos como comunidad y quiénes, como sociedad. La comunidad entendida como nuestro círculo más inmediato, en el que nos movemos cotidianamente. La sociedad, en cambio, como el universo de personas e instituciones del cual formamos parte. Según él (y tiene razón) en la comunidad tendemos a movernos de una forma más suelta, sincera y depreocupada, más auténtica. No pasa lo mismo cuando el individuo debe convivir con la sociedad, pues cree o teme que por integrarse a la sociedad, perderá la comunidad.

Dentro de toda su plática identifiqué un motiv: El afán de pertenencia a un grupo o tribu, como él la llamó. Los mexicanos buscamos la constante aquiesencia de los demás y por eso tendemos a cubrirnos las espaldas en el trabajo poniendo en los altos puestos a amigos y compadres, para que ellos nunca custionen, ni juzguen ni mucho menos exhiban nuestro errores. Para que no vean nunca nada que pueda hacer que nos expulsen y nos haga caer en desgracia.

Muy cierto también resultó aquello de que -al tener incorporada esa idea de la tribu- no nos gusta que nadie despunte ni tenga éxito, pues eso lo coloca como alguien aparte, alguien que ha abandonado la tribu; alguien que nos ha abandonado. Por eso es que en México el éxito no se perdona; más bien se condena, porque además, una vez que se han alcanzado el éxito y la gloria, de esa persona ya no cabe esperar más que eso. De ahí que cuando fallan, decepcionan y se les fustiga. No pasa lo mismo con quienes siempre fracasan; con quienes nunca salen del anonimato y siguen siendo parte de la tribu. A ellos se les perdona el fallo, se les apapacha porque finalemnte siguen siendo parte del grupo, uno de los nuestros.

Claro que todo esto son actitudes que hemos interiorizado a lo largo de mucho tiempo. Vicios de la identidad les llamaría yo. Todos reflejan la inseguridad y el temor de quedarnos fuera de la jugada universal, o de lo que nosotros entendemos por ello. Esto es particularmente notorio en el caso de la clase media, que aspira a rodearse de lujos y a seguir homogeneizando sus gustos con aquellos que son dictados por el consumo. Desafortunadamente no para ahí la cosa, pues muchos traicionan su rico mundo interior por fundirse con ese otro llenos de luces y palceres que traicionan su individualidad (identidad).

Como bien decía Villoro, la primera patria es la infancia. Quizás la más simple, inocente y pura de todas. Un camino sin regreso.





Comentarios

Entradas populares