EL ARTE EN LA ERA INDUSTRIAL

Es difícil expresar la sensación de totalidad que queda después de haber leído El mapa y el territorio. Es una de esas novelas que parecen englobar todo cuanto pertenece a nuestro tiempo, incluído eso que ocurre al margen de lo que nos ocupa, es decir, aquello que no vemos ni nos importa, pero que de alguna manera se desarrolla e influye de modo indirecto en nuestras vidas, o al menos en nuestro tiempo.
Está en primer plano el tema del arte contemporáneo y la manera caprichosa y absurda en que se cotiza y comercializa hoy en día. El esnobismo que lo circunda y los intereses económicos, periodísticos y propagandísticos a los que se hallan sometidos el artista y su obra. El autor deja al descubierto lo que hay tras esa falsa careta de cultura que a menudo reviste al arte contemporáneo, y nos muestra la cara fría e interesada -real- de esa industria movida y manoseada por los intereses capitalistas, por el consumo y la manufactura.
El mundo en el que se desenvuelve Jed Martin deja entrever también la falta de sentido y coherencia que puede haber en las manifestaciones "artísticas" de nuestro tiempo, y que sin embargo son dignas de museos y galerías (Damien Hirst) y ventas millonarias que podrían resultar arbitrarias.

Pero aun cuando Houellebecq pone el dedo en esa llaga, no deja de lado el papel social que desempeña el arte, ni la función creativa e interpretativa que parece recaer en el artista. Sigue siendo él (el artista) -ya sea a través de la pintura o la tinta, el video o la fotografía- quien activa en el resto de nosotros -espectadores- un mecanismo de reflexión que nos lleva a situarnos, a ubicarnos en nuestra justa dimensión como seres vivos transitorios y perecederos, al igual que todo cuanto fabricamos y construimos a nuestro paso. La industria y sus productos en serie, por ejemplo. Y como dignos representantes de esas imperfecciones y obsolesencia figuran el calentador agonizante con que abre la historia y el padre de Jed, quien prefiere la eutanasia antes de contemplar en vida su propia descomposición y decandecia a causa de la enfermedad (en este punto, el autor también aprovecha para meter su ganzúa, afilada y fría, en el valor comercial de la muerte y el sufrimiento. Todo es, según su reflexión, proclive a ser comercializado y explotado. Sí, incluso la muerte).

Pero volviendo al tema del arte y el artista, otro de los grandes temas es la reflexión que gira en torno al arte como una representación de la realidad. En el caso específico de Jed Martin y sus mapas Michelin y más adelante con su serie de oficios y sus videogramas), lo que busca es representar, capturar o expresar una realidad que solo a través de la representación -del arte- puede resultar coherente, digerible, tolerable o habitable. Qué son los mapas sino una representación del territorio. Sin embargo, una cosa no siempre coincide con la otra. El territorio cambia, muta y se estremece, deja de ser lo que era y da paso a algo nuevo. A partir de esto el arte tendría que ser entonces una tabla de salvación, un asidero y refugio de esa realidad cambiante y vertiginosa, incomprensile. El arte es, pongámoslo así, la manera en la que el artista intenta explicarse la realidad para así no tener que mirar fijamente ni de frente esa verdad, esa realidad que busca aniquilar o paliar a través de sus representaciones. Es por eso que "El mapa es más interesante que el territorio", porque permite un distanciamiento, una interpretación... o será un consuelo.

La aparición del mismo Houellebecq por un lado parece burlarse del estereotipo del escritor como una figura huraña e inaccesible. En todo caso es mucho más creíble el hecho de que al igual que Jed Martin, el escritor sienta un profundo rechazo por todo aquello ajeno a su arte, y una profunda desesperanza en torno al destino de los hombres y su quehacer en la Tierra. Como si de antemano ambos supieran que todo es una mera pasión inútil destinada a la desaparición. Y al final, así resulta. En las últimas páginas asistimos nada más y nada menos que al fin de la era industrial, quizás el mayor logro del hombre y el que puso en marcha todo lo que como especie somos hoy en día.

La distancia temporal que toma el narrador sitúa la acción -al igual que en Las Partículas Elementales- en un futuro muy distante al que hoy pertenecemos. De ahí que al final quede esa sensación de estar leyendo o haber leído algo sobre nosotros y sobre nuestro tiempo, pero que ya ha sido superado, zanjado y estudiado décadas atrás por nuestros hipotéticos sucesores. El narrador se refiere a nuestra contemporaneidad como los arqueólogos se refieren en sus estudios a las civilizaciones extintas, a las cuales por más admiración que les profesen, siempre tienden a atribuirles cierta dosis de ingenuidad; esa ingenuidad que, en el tiempo, les acarrearía su desaparición.


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