LA PROPIEDAD INTANGIBLE

Las descargas digitales se multiplican. Hoy, esa renuencia a comprar un disco, una canción o una película por temor a que nos clonaran la tarjeta, o a que hubiera un error informático durante la descarga que nos dejara con nuestra compra incompleta y sin posibilidad de acceder a un reembolso o una solución inmediata, ha quedado superada. Sin embrago, y en contra de lo que muchos vaticinaban, negocios como Blockbuster, Gandhi y Mixup -que aún venden formatos físicos de películas, libros y discos-  parecen gozar de un mercado amplio y cautivo que se resiste a dejar atrás aquella primitiva "tranquilidad" que nos proporciona el sabernos poseedores de algo; una sensación que solo es posible sentir por algo físico, por algo que pueda tocarse, atesorarse y que brinde la posibilidad de acumularlo y contemplarlo.
Las descargas electrónicas están condenadas a lo inmaterial, a lo intangible. Y es curioso que haya quienes vean en esto una de las mayores ventajas (portabilidad), y quienes encuentren precisamente lo contrario.

El excepticismo de éstos últimos quizás encuentre su razón de ser en el hecho de que -acostumbrados a la existencia física de un artículo o producto- ahora deban enfrentarse al duro reto de que no haya algo físico que avale la existencia ulterior de un disco, un libro o una película más allá de la que garantice un dispositivo electrónico. Y es que todos estos objetos han dejado de ser prescisamente eso: obtejos. Ya no podemos referirnos a ellos ni como artículos ni productos, tan solo como descargas...inmateriales. ¿Y cuándo antes nos habíamos considerado dueños o poseedores de algo inmaterial? La era digital ha replanteado el sentido de propiedad, y ha cambiado nuestra forma de adueñarnos de las cosas.
En el caso específico de los libros la transición es más complicada, puesto que leer un libro electrónico sí modifica por completo la experiencia sensorial que brinda el formato tradicional. No pasa lo mismo con los discos y películas, que se escuchan y ven igual en formatos físicos y/o digitales.

Todo está orientado a la practicidad, a la inmediatez, a reducir los espacios de almacenaje, a la portabilidad. Pero hay en quienes aún priva el apego por lo material, y en el valor de aquello que pueden designar como "suyo", "mío". ¿Quién no se deleitó durante años contemplando o presumiendo su colección de discos o películas? ¿Y qué decir de las bibliotecas? Cuesta trabajo creer que todo esto vaya quedando atrás y que los nuevos medios de almacenar nos priven del placer de ver todas esas cajitas apiladas o alineadas, y esos lomos apiñados unos junto a otros, y recordar quién nos regaló este o aquel, o dónde compramos estos y dónde aquellos. Esa manera de atesorar ha perdido fuerza, y perderá aún más.

En un país tan apegado a lo material como el nuestro, las descargas digitales aún no alcanzan los índices de otros países menos conservadores como Estados Unidos, y muy probablemente ésta sea una de las razones, aunque quizás no la más decisiva.  Como sea, lo que toda esta revolución deja ver, es que hay latitudes en las que es más importante saber disfrutar de algo y no tanto el hecho de tener o saber que ese algo nos pertenece de manera única, exclusiva y tangible.

He ahí el reto para nosotros, saber replantearnos el a veces inútil valor del sentido de propiedad y aceptar las nuevas formas, mucho más prácticas y económicas, de adquirir algunos productos que - aunque no podamos ver ni tocar-  están ahí, disponibles, para nuestro goce y dsifrute.


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