UNA NOCHE ENTRE ESCRITORES

Hace unos días tuvo lugar el lanzamiento de novedades 2013 de Santillana en el Polyforum Siqueiros. La ceremoniosa presentación de títulos dio paso a un coctel que reúnió a escritores, editores y gente relacionada con la industria editorial.

Fue una buena oportunidad de convivir de cerca con todos esos escritores a los que, si bien no he leído, reconozco al menos de nombre; no siempre de cara (a diferencia de los actores -a quienes reconocemos casi de reojo- los escritores nos son para los lectores más que nombres. Su importancia no radica en su histrionismo, ni en su buena pinta ni carisma, sino en lo que llevan dentro y nos inoculan a través de sus palabras). Pero gracias a la experiencia pude actualizar el rostro de Ana Clavel, Ignacio Solares, Sealtiel Alatriste, Alberto Ruy Sánchez y Fernando Vallejo, entre otros célebres de la literatura mexicana, como Xavier Velasco, quien sí ha gozado de más exposición a medios, sobre todo tras el Premio de Novela Alfaguara 2003, por Diablo Guardián.  

Sintiendo tan profundo respeto por la labor creativa de los escritores -independientemente de su calidad o méritos comerciales- fue muy revelador escucharles hablar de temas mundanos que nada tienen que ver con sus 'preocupaciones literarias', y distanciados de aquella personalidad que uno podría intuir en ellos a través de sus libros. Bromeaban y platicaban como gente común y corriente. Por ejemplo, Ruy Sánchez no habló de erotismo ni mucho menos, sino que se mostró locuaz y bromista con sus interlocutores.
Otro de ellos llegó con sus cófrades a quejarse de su estado de salud y de las recomendaciones que le habían hecho de irse a vivir Cuernacava. Ironizaba sobre lo "fácil" que era para un médico pedirle a alguien que simplemente dejara su vida y se largara a algún otro lugar que contribuyera a su situación cardiovascular.

Fernando Vallejo, con voz ya casi inaudible, mostraba su desdén a los medios y las entrevistas con un dejo de picardía, como si dijera "Si ya saben que no, para qué me invitan. Ni me insistan que no quiero ser grosero". Otro por ahí sostenía un vaso en cada mano: Uno con whisky y otro con hielo, no fuera a ser que se acabaran y se le arruniara la velada. Su mirada, desenfocada y la boca chueca, torcida en un gesto de franco desinterés y extrema ebriedad.
Ana Clavel, por su parte, vagaba sonriente y orgullosa de un lugar a otro con su nuevo libro bajo el brazo, como si fuera su hijo. Unos pasos más atrás Eduardo Casar platicaba en términos elogiosos  con Jorge Alberto Gudiño sobre su novela Los trenes nunca van hacia el este.

La mayoría de los escritores iban mal vestidos.  Nada de glamour. Barbas largas, olores acres, ropa vieja y zapatos de suela gruesa, de goma, eran el común denominador. El mejor vestido era el presidente de CONACULTA: Rafael Tovar y de Teresa, quien no escondía el hastío causado por los flashes de las cámaras. Refinado en gustos y modales, huyó rápido de la tolvanera mediática. Me recordó un poco a un Al Pacino canoso. Ni hablar, el precio de ser "importante y conocido."
Sara Sefchovich también destacaba por su empeño en la vestimenta. Se la veía más arreglada. Nada que ver con la juvenil informalidad de Yordi Rosado, que con sus títulos "buena onda" ha logrado colarse en la industria editorial, aunque no por ello goce del respeto de los verdaderos intelectuales.
Un sello editorial tan ecléctico debe ofrecer de todo. Habrá que entenderlo. Del arte no se vive.

Fue una noche singular para los espectadores, aunque supongo que anodina y hasta molesta para algunos escritores, que a menudo no se hallan a gusto fuera de su mundo de misantropía y manías. Pero al parecer, había instrucciones de la editorial de que platicaran con los clientes, y desde luego, con la prensa. 

Después de haberles visto tan de cerca, cuesta trabajo imaginarlos frente a la hoja en blanco escribiendo algo que nadie más sea capaz de escribir. En eso radica su éxito. Entonces la pregunta que surge es: ¿Cómo es ese momento en el que los escritores asumen su papel como tales, y toda esa mundanidad y excentricidad de sus vidas se funde para dar vida a las páginas de los libros que los trascienden? Supongo que es algo que solo les compete a ellos. La cara que muestran a los demás, al público y a la sociedad, no parece más que un mero disfraz que salvaguarda esa misteriosa intimidad que pese a su aparente obscuridad, alumbra el arte de la literatura.


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