TIEMPO LIBRE

Cada vez es más raro poder disponer de una mañana entre semana que me permita dedicar el tiempo, sin prisas, a la lectura o a la escritura, sin que al momento de hacerlo tenga la horrible sensación de estar dejando de hacer algo "más importante".
Las exigencias laborales, la vida de pareja o incluso los compromisos sociales han hecho que conceda a dichas actividades ( la escritura y la lectura) periodos de tiempo cada vez más reducidos que ni siquiera puedo disfrutar plenamente por estar siempre al pendiente de alguna otra cosa que imaginariamente llamará mi atención. 
Me fallan la concentración y la paciencia para sumergirme en un capítulo o en alguna idea que busco plasmar ya sea aquí o en cualquier otro escrito. 

Cómo extraño aquella época mía en Salamanca, España, en donde sentado a mi humilde mesa de estudio en aquel frío departamento lograba abstraerme durante horas leyendo libro tras libro, escribiendo cartas o ideas que más tarde habrían de servirme para escribir algún cuento o un ensayo relacionado a esas vivencias. 
Claro, en esos días no había nada de qué ocuparme más que de mi supervivencia como estudiante, de planear los viajes del fin de semana, de hacer el súper y de hacer malabares para que el dinero que mis papás me depositaban alcanzara para todo. No era poco, pero lo encajaba con gusto.
Me sumergía en la idea bohemia del escritor en ciernes, padeciendo frío a falta de una calefacción eficaz, pero que aún bajo esas dificultades podía disfrutar de su tiempo libre con una lámpara, un libro, una pluma y una taza de café caliente. 
No recuerdo haber tenido nunca tanta lucidez intelectual como durante esa época, lo cual supone una enorme decepción si he de considerar que yo lo consideraba solo el comienzo de algo grande.  

A diez años de distancia de quellos días siento que he perdido algo de esa sensibilidad o es que quizás solo esté un poco enterrada bajo el peso del trabajo, de las preocupaciones cotidianas que me impiden volver a concentrarme en lo que quiero decir y en perfeccionar la forma de hacerlo. 

Por eso hoy, que por causa de un resfriado me he visto obligado a permanecer encerrado en mi casa a inicios de semana, he podido jugar a imaginar que dispongo de una mañana de tiempo libre en la que puedo dedicarme impunemente a escribir y leer, sin la sensación de estar traicionando una responsabilidad superior. Frente a mí están la coputadora y el café; a mis espaldas la cama deshecha. Y pese a que en la ventana el sol insiste en interrumpir mi modorra intelectual, yo le riño con las cortinas aún cerradas que acrecentan esa sensación de aislamiento y encierro. A un lado de mí espera el periódico aún sin hojear, y a mi costado, el libro en turno. No sé si el día me dará para llenarlo con todo lo que quisiera, pero al menos es una linda promesa. 

Qué valioso es el tiempo libre a la luz de estas circunstancias. Nos recuerda un poco lo que realmente somos y queremos hacer al margen de lo que siempre hacemos por necesidad o por costumbre. Ni siquiera las vacaciones podrían hoy saberme tan bien como me saben estas inesperadas e improvisadas horas de tiempo libre. 

El tiempo libre por fin recueprado, pienso, aunque sé que mañana estaré de regreso a la rutina.

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