Viajes y canciones (Rufus Wainwright, Los Ángeles y San Francisco)

Hay canciones que a veces -contra toda lógica- se quedan por siempre adheridas a la memoria. En lo personal, cada vez que salgo de viaje termino regresando -involuntariamente- con una o varias canciones que conforme va pasando el tiempo, terminan convirtiéndose en la o "las canciones del viaje".
Así, por ejemplo, John Mayer y su Battle Studies me recuerdan indefectiblemente al viaje a Nueva York que hice con mi mamá y hermano. Y todo se debió a que previo al vuelo a NY estuve escuchando en el iPod algunas canciones de ese disco, que de hecho me sirvió de introducción a la música Mayer. 
También, la melancólica canción "5:06am" de Roger Waters nos acompañó a unos amigos y a mí en una travesía en carro por la Sierra Gorda, en San Luis Potosí, y hoy cada vez que escucho la suave guitarra introductoria de la canción, vuelven escenas de ese viaje y de esa época que lo albergó, en la que la amistad, las risas y la ilusión por un mundo lleno de promesas podía anteponerse aún a las preocupaciones de la vida adulta. 
Yéndome más atrás recuerdo con especial cariño que el tema "What's up" de For Non Blondes, se convirtió en el soundtrack de un día de campo que hice a la presa de El Llano, en el Estado de México con mi familia hará ya cosa 20 años . Fue una de las épocas más felices de mi adolescencia; una felicidad que  se resume en un sentimiento de unidad familiar que evoca esa canción. 
Mis últimos viajes a Eurpoa, por ejemplo, han quedado ligados a la música de KEANE, y a otros temas que circunstancialmente sonaron meintras pasé por un bar o un hotel, ya fuera solo o acompañado y bajo el influjo del alcohol. 

Hay sin embargo un caso especial que se sucitó durante un viaje que hice a San Francisco con mi novia y hermano. El viaje como tal fue solo con ella, porque a mi hermano lo econtramos allá y también fue ahí donde nos despedimos de él. 
El vuelo de regreso, con escala en Los Ángeles, fue algo especial. Todo se remonta a unos 15 años atrás, cuando llegué a ir a pasar el verano a casa de Blanca -la prima hermana de mi papá- y su esposo John, quienes vivían en Malibú. Algunos de los mejores recuerdos que tengo de esa etapa de mi adolesencia tienen lugar ahí, y guardo un inmenso cariño por cada rincón que conocí de dicha ciudad, acompañado por Blanca. Pero hace ya 14 años que no he vuelto a Los Ángeles y también harán otros más que no hablo con ella. Uno se despide de las personas y se aleja de los lugares sin ser nunca consciente de hasta qué punto es probable que nunca más vuelva a ver a esas personas o a poner un pie en esas tierras. 
Así que cuando el avión proveniente de San Francisco entraba en el espacio áereo de Los Ángeles y la ciudad, limpia, soleada y clara se extendía bajo mis ojos, empecé a tratar de ubicar edificios o zonas que fueran visibles desde el aire. Lo primero que saltó a mi vista fue el famoso "Hollywood sign" y de inmediato recordé mis paseos por el paseo de la fama, así como el descubrimiento algo sórdido de lo que era ese lugar antes de que una gran remodelación le diera el lugar que merecía y más acorde a la imagen que vivía en el imaginario de todos quienes idealizaban Hollywood como la meca del cine. Y así, mientras el avión descendía, fui desempolvando mis andanzas y un remolino de emociones se coló en mi ánimo. Fue algo así como una epifanía, y por unos momentos, durante el transbordo, me sentí de regreso, de vuelta en Los Ángeles, de vuelta a mi adolescencia y a esos veranos maravillosos.
A poco menos de un año de ese momento, aún guardo la duda de si descubrí a Rufus Wainwright y su música antes o poco después de ese viaje. Lo curioso aquí es que todo lo que rodea a San Francisco quedó de alguna manera vinculado a su disco Out of the Game, que desde luego no escuché durante mis recorridos por allá, aunque no sé si lo hice con inicpiente curiosidad días antes, o ya definitivamente volcado a él, poco después de mi regreso.
Hay una de las canciones de ese disco -Sometimes you need- que habla precisamente de Los Ángeles (incluso hace refrencia directa a algunos lugares), y que captura en su melodía -un poco setentera- y en la letra, algo triste o melancólico sobre esa ciudad; algo que de alguna manera se equiparó -aunque retrospectivamente- con aquel momento que viví en el avión. Ahora podría casi jurar que cuando íbamos entrando a Los Ángeles iba escuchando esa canción. Pero no fue así.
Y así, poco a poco, el resto del disco se fue asociando con mi viaje a San Francisco y a algunos de los mejores momentos que viví ahí.

La anécdota finalmente trasciende porque poco después de haber regresado, mi novia y yo nos enfrentamos a diferencias que nos hicieron terminar la relación. Lo que ella aún ignora es hasta qué punto nuestro eventual regreso dependió de que yo me hubiera obsesionado con ese disco, y lo mucho que éste me recordaba -aún ahora- al viaje, y por consecuencia a ella, su sonrisa, su sencillez, su miedo a volar y a todo lo que compartimos y aprendimos uno del otro allá en San Francisco. 
Gracias a Rufus Wainwright, a su música y al insondable misterio de por qué mi mente vinculó esas canciones con mi experiencia, es que la extrañé, la eché en falta y finalmente me di cuenta que debíamos estar juntos.

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