"TAC TAC TAC"

No sé cuándo fui consciente por primera vez. Puede ser que haya sido cuando una compañera del trabajo fue a mi lugar y mientras hablábamos volteó a verlo; a él, que estaba en su lugar sentado de espaldas a nosotros conectado a su audífonos. Mi compañera volteó de nuevo a verme y con una sonrisa ansiosa me dijo "qué desesperación", pero la verdad es que yo no era consciente de a qué se refería. Entonces me dijo "escucha", y guardé silencio. De aquel hombre -uno de los programadores del área de sistemas- provenía un constante e incesante "tac tac tac" producido por su pie que golpeaba a destajo la silla, intentando emular el ritmo de la inaudible música.

En su momento no lo di importancia y hasta juzgué a mi amiga de intolerante. El sonido no me molestaba y es más, ni siquiera me había dado cuenta de su insistencia hasta que ella reparó en él. 

Los días que han seguido, en cambio, han sido una mortal pesadilla en la que no logro escapar del infernal sonido que me aturde como un taladro en la cabeza. 

Abstraído durante la mayor parte de la jornada en su música -que a juzgar por el ritmo que lleva con el pie y los aspavientos con que simula estar tocando la batería o algún otro instrumeno de percusión- rara vez me concede una tregua. Y a mí, que el trabajo me exige algo de concentración, me desquicia por completo su persistente "tac tac tac". 

Cuando la paciencia me ha sido drenada por completo por su falta de consideración, lanzo algún juramento en voz alta en espera de que me escuche (aunque finja no hacerlo) y que entonces se detenga por fin; pero no. En otros, confío con ingenuidad en que quienes están a lado tomarán la iniciativa para decirle que aquello resulta intolerable; pero tampoco. Lo peor de todo parace ser que a nadie más parce afectarle ruido; ni siquiera a los que están a un lado de él y por fuerza deben escuchar su insoportable zapateo. Y lo que es peor, alguna vez el hombre a su derecha, también poseído por alguna música que escuchaba en sus audífonos, empezó -cual infernal metrónomo- a marcar el compás de la música golpeando su escritorio con la pluma. El sonido era más agudo y penetrante y debí pasar más de una hora sufriendo la infame tortura.

Esto es algo que se repite todos los días y me es imposible librarme del mal. La única solución sería la lógica: pedirle que se callara, pero mi sentido de la prudencia y el decoro me lo han impedido. Así que no me queda más que ponerme también mis audífonos y hacer mi mejor esfuerzo por mantener a raya ese "tac tac tac" que se filtra -sordo- a mis oídos. A veces funciona tan bien, que hasta me he sorprendido a mí mismo haciendo ese insufrible golpeteo en mi propia silla y con mi propio pie.

Comentarios

Lienzo ha dicho que…
Me recuerda a mi terrible caso. Habiendo vivido por más de 20 años en un departamento junto a una gran avenida, un buen día, Gabriela, mi vecina de la que me hice muy amiga, se quejo del terrible ruido de los coches que pasan sin cesar por la avenida, de los claxons a medio día. En ese instante, como si mi vida se encontrara con un cuello de botella, el ruido apareció de pronto. Mi vida tranquila había terminado. A partir de ese momento sufrí y escuche cada segundo los claxons y los coches. Qué maldición me había caído!

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