LO QUE HE APRENDIDO DE WAZE

Quienes estén familiarizados con Waze, el sistema de navegación vehicular, habrán notado -y con enorme dicha- que cada vez que nos equivocamos y damos vuelta en una calle que no estaba contemplada en la ruta original, de inmediato el sistema arroja una nueva opción a partir del camino que por error hemos tomado.

Ha habido ocasiones en las que considerando grave mi error u omisión he temido lo peor: algún aviso diciendo que no hay posibilidad de regreso o de retomar la ruta; o peor todavía, un camino terriblemente largo y lleno de obstáculos. Pero no. La voz inalterable, siempre ecuánime, tan solo se limita a seguir dando instrucciones. Por lo general, ninguna de las nuevas opciones parece nunca tan terrible; apenas un giro, una vuelta en u, o un poco más de tráfico del previsto en la ruta original. Equivocarse con mapa en mano hace parecer los errores apenas una tontería. Así no da tanto miedo pasarse una desviación o una salida.

Tantas veces al ir ahí en el coche he pensado que la vida es un poco así, llena de caminos y rutas que elegimos tomar dependiendo de nuestras necesidades en un momento particular. Tal cual sucede en Waze, para llegar a un destino, por lo general hay tres o hasta cuatro rutas de las cuales elegir; unas incluyen peaje, otras un poco más de vuelta o tráfico, pero al final uno decide qué camino andar de pendiendo de la prisa, del clima, de la gasolina disponible, de la compañía. Lo más común es tomar la opción más rápida, el atajo. Siempre queremos llegar a tiempo a todo, o mejor aún, lo antes posible. Todo se reduce a eso.

Desde luego, con frecuencia suele haber obstáculos en el camino, accidentes imprevistos que colapsan el tráfico y nos retrasan; calles cerradas que nos obligan a desviarnos e improvisar caminos; advertencias de tráfico denso que pueden desanimarnos, molestarnos incluso. Pero afortunadamente el sistema nos avisa siempre cuánto tiempo más tomará esto o aquello y con cuánta anticipación o demora llegaremos a donde queremos llegar. No hay apenas incertidumbre. Eso nos brinda tranquilidad; después de todo, la promesa de valor de Waze no es evitarnos el tráfico sino ayudarnos a ahorrar tiempo, quizás lo más valioso que tenemos los seres humanos después de la salud y la libertad.

Si tuviéramos un mapa de nuestra vida igual de detallado que los que tenemos de carreteras y ciudades, con todo aquello que iremos encontrando en nuestro camino, quizás la incertidumbre que sentimos hacia el porvenir no nos afligiría tanto todos los días. En la vida uno generalmente va guiándose por su intuición sin saber a ciencia cierta nada de lo que irá apareciendo en el camino; sí, hay advertencias sobre posibles dificultades, cosas que uno puede prever, u otras, sobre las que alguien que ha estado ahí nos comparte para prepararnos mejor. Pero qué mal encaramos a veces las calles cerradas, el tráfico denso; qué mal encajamos las adversidades, las puertas que se nos cierran cuando creíamos ir tan bien, con tan buen tiempo, a tan buena edad para cosechar aquel logro. Cuántas veces no nos dejamos amilanar por la tristeza, por la frustración de lo imprevisto, de una ruta trunca o un camino cerrado, en reparación.

Pocas veces alcanzamos a ver que al igual que en Waze todo camino encierra distintas posibilidades, y cuando una se bloquea otra está ahí, apenas a un giro de timón para llevarnos a donde queremos. A lo mejor los rumbos sean menos amigables, un poco más inseguros, pero el destino se mantiene inmutable, si es eso lo que seguimos queriendo. Si uno interrumpe la ruta y cierra la aplicación, al abrirla de nuevo el sistema siempre nos pregunta “parada o nueva ruta”. A veces -he aprendido- no está mal hacer un alto en el camino.

También Waze me ha enseñado que a veces la solución más fácil, es simple y sencillamente dar vuelta en u, y no buscar en zigzag nuevas opciones que solo nos hacen gastar más gasolina, más fuerzas o más energías. De igual modo me he dado cuenta que casi siempre resulta más emocionante explorar nuevas rutas y salirse de las consabidas, de las opciones más obvias que nos sumergen en un manejo mecánico, en una existencia que no presta atención al entorno ni a los detalles. Los nuevos caminos, las rutas desconocidas, nos obligan a prestar más atención al recorrido y a disfrutarlo de modos inesperados.

En la vida no tenemos un mapa, es cierto; pero sí la certeza de que siempre hay más camino, más rutas, y también, menos tiempo disponible para perderlo en inútiles rodeos.


Comentarios

Entradas populares