QUÉ TANTO VALE UNA MARCA SIN LIKES

Desde que las redes sociales empezaron a convertirse en el nuevo quinto poder, todo parece girar alrededor de ellas, en la esfera de lo individual, en lo público y también en las empresas que cada  vez voletan más a verlas como a una nueva deidad que promete no solo modernizarlas sino multiplicar sus adeptos, seguidores y clientes. 

Las marcas y empresas que a la fecha no cuentan con una estrategia de marketing digital no solo se saben rezagadas, sino que muy posiblemente atribuyan su falta de penetración en el mercado, sus bajas ventas o el paulatino decaimiento del interés de la gente en su producto o servicio, a la falta de presencia en los canales digitales, hoy tan empoderados. 

Desde luego, es cierto que ninguna marca que quiera ir de la mano con los nuevos tiempos, y garantizar su permanencia en el volátil mercado, debería prescindir de una estrategia digital. Las redes sociales han demostrado, de sobra, no ser una moda pasajera y también han probado su inmensa capacidad de influir en el devenir de la vida social. Han dejado igualmente de manifiesto ser un e-scaparate perfecto para las marcas que han sabido vencer sus prejuicios y han accedido a rediseñar sus mensajes y daptarlos a los formatos de estos canales, con el fin de garantizar que sus receptores sean capaces de decodificarlos en un medio que ha inventado su propio lenguaje, sus propios códigos. 

Sin embargo, no deja de haber algo pueril en todo ello. 

La gran virtud de las redes sociales radica en su poder de comunicar a la gente, de convocar, unir y crear comunidades a partir de intereses afines; comunidades que  -como ha quedado demostrado un sinfín de veces- son capaces de trascender lo virtual hasta materializarse en marchas y movimientos tan poderosos como el que dio vida a la Primavera Árabe a inicios del 2011. Todo esto es posible gracias a su poder de penetración, a su naturaleza gratuita y sobre todo, a la libertad de expresión que promueven, a su carácter hasta cierto punto democrático, según el cual todo mundo es suceptible de publicar lo que quiera, cuando quiera; de hacerse escuchar, de vertir opiniones en torno a lo que prefiera, y desacreditar aquellas que no le parezcan. 

Pero para todo ello, para ser escuchado y visto, primero hay que tener seguidores, primero hay que crear una comunidad de amigos, de fans... mejor aún, de clientes o clientes potenciales, que es, en síntesis, lo que busca toda marca.

QUÉ NOS UNE
Desde tiempos prehistóricos las comunidades se han construido a partir de intereses comunes, de necesidades vinculantes que hacen sentir a cada individuo parte de algo único que comparten y al cabo les confiere voz e identidad. Hoy, plataformas como Facebook, Instagram y Twitter
-principalmente- han diseñado esquemas publicitarios que no solo permiten a las marcas anunciarse sino invitar a los usuarios a "seguirlas"; es decir, a crear comunidades en torno a esa hoguera que convoca y reúne; que ha cambiado el calor del fuego por productos y servicios.

Quienes se dedican al marketing digital saben que sumar "likes" y acumular seguidores no es cosa fácil, aunque lo parezca. De hecho, las estrategias están casi siempre encaminadas a ese objetivo. Pero sobre todo en Facebook los alcances de una fan page están supeditados al monto de inversión publicitaria que se destine a la pagina (campaña de "likes") o a cada publicación, a través de un "promoted post"; es decir, dichos alcances resultan marginales sobre todo cuando la comunidad apenas ha empezado a formarse, de ahí que hacerla crecer sin una inversión inicial sea prácticamente imposible. Sin embargo, las marcas, los clientes, parecen no entender lo anterior. Les resulta un oprobio no tener seguidores y culpan a sus agencias de no llevarles agua al molino.

Más de una ocasión he tenido la pena de ver cómo un buen trabajo de contenido o diseño han sido escasamente valorados por un cliente cuando hay ambiguedad respecto a si han coontribuido o no  a generar nuevos seguidores. En cambio, puede suceder excatamente lo contrario: que la estrategia de comunicación, junto con los diseños y contenidos sean de baja calidad, pero que el cliente esté satisfecho al ver que su comunidad aumenta gracias a pautas publicitarias.

Las agencias de marketing digital se valen de cualquier cosa para conseguir seguidores y aumentar el engagement de sus cuentas. Saben que ése es el único indicador válido para un cliente al que -por lo general- poco le importa quiénes integran esa comunidad que en principio debería estar unida por un interés común. De pronto, lo que parece esencial es incrementar ese número sin importar lo demás.

Tener miles de seguidores equivale - en teoría y por absurdo que parezca- a tener miles de fans sobre los cuales presumir; equivale también a ser alguien dentro y fuera del mundo virtual, a poder de influir en una comunidad, para bien o mal. El número de seguidores se ha convertido -en la empresa y en lo privado- en el nuevo parámetro para medir nuestro ego y alimentar nuestra casi siempre herida autoestima.

De ahí que, como decía antes, no deje de haber algo pueril y superficial en los esfuerzos de las marcas por hacer crecer sus comunidades, en su mayoría integradas por rostros anónimos. A veces da la impresión de que lo hacen más con la finalidad de reafirmarse a sí mismas, que a alguna necesidad de marketing con objetivos claros y bien definidos.

Cada vez que una marca busque asesoría en una agencia de marketing digital debería escuchar lo que los estrategas tienen que decir, antes de imponer sus voluntades con poco o nulo sustento. A la larga, el resultado será mejor.



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