EL TRIUNFO DE LA ESTUPIDEZ

Es curioso, pero uno de los capítulos más débiles de cuantos he visto de la serie Black Mirror, aborda -sin embargo- uno de los temas que mayor correspondencia encuentran en nuestra época actual. Esto, considerando que todos ellos se sitúan en un futuro que no parece ser tan lejano ni improbable como aquel bisoño 2015 al que nos transportara la segunda parte de Volver al Futuro en 1989.
El capítulo en cuestión lleva por título The Waldo Moment, y si bien no es mi intención narrarlo aquí, es necesario esbozar al menos de qué trata a fin de que esto tenga algún sentido. 

Un oso virtual llamado Waldo, conocido por su irreverente y agresivo sentido del humor, goza de un espacio estelar en un conocido talk show en la TV británica, en el que conversa y discute con el conductor del programa sobre temas diversos. Las cosas toman un giro inesperado cuando Waldo entrevista a un candidato a miembro del Parlamento, del que se mofa abiertamente en televisión abierta. La osadía del personaje de inmediato se convierte en lo que hoy llamamos "trending topic". 

Los productores de Waldo aprovechan la coyuntura con oportunismo con el fin de seguir ganando popularidad y audiencia. Todo esto, a costa de una estrategia a cual más absurda e invasiva que busca poner contra las cuerdas al vilipendiado candidato. En un giro inesperado, Waldo es convertido en candidato independiente para participar en las siguientes elecciones y competir directamente en las urnas con su rival de carne y hueso, con índices de popularidad apabullantes y un desmedido apoyo de la sociedad que parece encontrar eco en la voz de una caricatura que se dedica a desafiar y descalificar a cuanto personaje se le cruza valiéndose de la más burda majadería. 

Y a todo esto ¿quién está detrás de Waldo? ¿Quién es el hombre que da voz y vida al perosnaje? Un joven común y corriente, insatisfecho con su vida, opacada en sus propios méritos y anhelos por este personaje que le ha robado su identidad, incluso en contra de su voluntad. 

La crítica que lanza el episodio no tiene como destinataria a las televisoras ni la industria del entretenimiento, siempre tan proclives a invertir grandes sumas de dinero y esfuerzo en la creación de nuevos "productos". El dedo está puesto en otra llaga; a saber, en esa sociedad presta y dispuesta a aplaudirle a todo cuanto pueda sacarla de su aburrimiento; a todo cuanto la entretenga y distraiga de sus vidas anónimas y anodinas. Prueba de ello es que en medio de todo el revuelo mediático en torno a Waldo, hay solo una voz que se atreve a cuestionar el absurdo; a señalar la falta de sentido común tan desproporcionada a la que todo mundo parece prestarse con deleite.  Pero es tal la fascinación por Waldo, por su osadía, que más de un espacio de opinión serio en la televisión se ve olbligado a darle tiempo y voz a la caricatura para tratar, en vano, de entenderla (en realidad no hay nada que entender). Incluso nos dan a entender que gente del gobierno norteamerciano acude en busca de los productores para usar la "ideología Waldo" como herramienta de influencia política en el resto del mundo. El triunfo absoluto de la estupidez.

La analogía que el capítulo establece con nuestra actualidad no es apenas difícil de entender. Las redes sociales bullen a la menor provocación. Los nuevos ídolos se llaman "influencers" (nuestros propios Waldo), personajes anónimos que están lejos de tener talentos de ninguna índole que brincaron a la fama por hacer algún ridículo que en su momento todos rieron, y a partir del cual se les atribuyó cierta gracia; o peor todavía, por externar alguna opinión polémica sin sustento respecto a cualquier tontería; por bailar frente a una cámara o por querer resultar polémicos a ultranza. Lo que antes sería descalificado por la mayoría, o ni siquiera considerado, hoy es votado de manera frenética a través de likes y reproducciones que parecen ser el nuevo instrumento de la democracia. Basta que surja un nuevo fenómeno para que las marcas los patrocinen, los medios los encumbren, la gente los envidie e imite... la nueva aspiración es ser como ellos, seres de humo.  

Y mientras todo esto sucede, el sujeto desaparece, se diluye y convierte en personaje de sí mismo, en un Waldo tras el que se refugia un individuo mucho más tímido, más insulso y ordinario que aquél que figura en sus fotos de perfil, en sus videos, en lo que la gente habla o comenta de él. Hombres y mujeres convertidos en personajes de sí mismos para entretener e influir sin límites en una sociedad quer aspira siempre a ser lo que no es ni puede llegar a ser.

Comentarios

Entradas populares