EL ARTISTA QUE VOLVIÓ A SONREÍR


He sido admirador de Luis Miguel por más tiempo del que puedo recordar. Mi biografía entera encuentra prácticamente un referente con la fecha de lanzamiento de sus discos. Escuchar cualquiera de ellos equivale a regresar en el tiempo y acordarme de todo cuanto  pasaba en mi vida por aquella época. A ese nivel su música, pero sobre todo su figura, permearon mi personalidad; mis gustos, mi forma de vestir, de hablar, de conducirme. Más de uno, estoy seguro, se sentirá identificado con esto, pero más de uno -también estoy seguro- lo negará.

Sobre su éxito y lo que ha hecho Luis Miguel hay realmente poco más que añdir.

Después de décadas de éxito sostenido, hace apenas un par de años (la fecha es lo de menos) las cosas cambiaron. Con casi una década a cuestas sin nuevo disco bajo el brazo, Luis Miguel empezó a hacer largas giras de conciertos sin nada nuevo qué ofrecer más que su voz y presencia que -hay que decirlo- nunca han sido poca cosa. Pero algo faltaba. Faltaba el apoteósico entusiasmo de la gente que pese a todo seguía pagando las estratosféricas sumas de dinero para verlo, ya más por tradición que por otra cosa. Y es que a cambio empezaban a recibir a un Luis Miguel estático en el escenario, pasado de peso, a disgusto con el sonido, caprichoso. En un mal día, era capaz de dejar de cantar en plena canción y abandonar el escenario, así, sin más, con la música sonando y ante la estupefacción de su público. Olvidaba las letras, acortaba conciertos, omitía canciones, hasta que pasó lo peor: empezó a abandonar los escenarios y a cancelar conciertos. 

La gente, los fans, que veníamos perdonándole todo durante lustros -incluida su falta de propuesta musical, sus mismos arreglos de siempre y sus predecibles conciertos- nos empezamos a cansar, pero no de él, sino de no poder defenderle frente a las demoledoras críticas que llovían sobre él, sobre el gran artista que durante décadas había sido aplaudido incondicionalmente por su público.

Aquellos que antes se derretían al verlo salir a un escenario no solo se cebaron en su mal momento, sino que le restaron mérito a todo cuanto había hecho y los había emocionado; ahora, alentados y envalentonados por el generalizado linchamiento, olvidaban a conveniencia. Nada entusiasma tanto a los mexicanos como el fracaso ajeno.

Más de 30 años cantando, llevando una trayectoria intachable, no sirvieron de nada al artista que por un momento se despojaba del traje de lentejuelas y mostraba –involuntariamente- su lado más humano, más vulnerable. Algo pasaba con Luis Miguel; se habló de problemas de salud (del oído en particular), de alcoholismo, drogas, etc… como hemos oído recientemente de su propia voz “versiones hay muchas”. 

Durante esos días pensaba sobre lo injusto que es el hecho de que a nadie se nos perdone un tropiezo. Aún así, las vidas anónimas son mucho más susceptibles de superar los escollos; después de todo, no son tantos los que podrían lincharnos por algún error. Pero los artistas están condenados a la perfección, y no imagino un destino más inmisericorde que ese.

Fue el pintor William Hogarth quien habló en 1753 acerca de la línea de la belleza, teoría estética en la que defendía que la forma básica de la belleza está en la naturaleza, que es mutable, que se pandea, que nunca es rígida sino que se mueve y a veces, por lo mismo, parece imperfecta. La tesis de dicha teoría es clara: no hay belleza sin imperfección, sin matices ni claroscuros. Los artistas necesitan de esto para trascender; solo así su figura adquiere dimensión. 
A la luz de esto, qué sería José José sin su alcoholismo, Alejandro Fernández sin su equívoca identidad sexual; Juan Gabriel sin sus maneras. Qué sería Luis Miguel sin su misterio. Aún así, sus escándalos le restaron lustre. 

Tras casi un año alejado de la vida pública y con 47 años recién cumplidos, las cosas nuevamente parecen haber cambiado para Luis Miguel.

Su figura ha vuelto a cobrar vigencia a escasas semanas de que Netflix lanzara el avance de lo que será la serie sobre su vida. Un par de minutos de teaser en el que para sorpresa de todos es él mismo quien sale a cuadro, con su voz en off diciendo lo que yo todos sabemos; apenas unas imágenes de él, solo (como siempre se le ha visto a la distancia), elegante y rejuvenecido bastaron para que miles de personas lo alabaran y encumbraran de nuevo, olvidando el escándalo legal que por esos días copaba los titulares. 

Y es que a la par -y seguramente como parte de una estrategia que hasta ahora ha sido exitosa- Luis Miguel se ha dejado ver con una actitud insólita en Las Vegas, en Acapulco, en Los Ángeles y este fin de semana en San Miguel de Allende. A cada nueva aparición, las redes sociales se inundan con imágenes de un amigable y sonriente artista que se deja fotografiar con quien se lo pide; parece feliz de reencontrarse con la gente; ávido de ese cariño que es, ha sido y será -parece haberlo comprendido ahora, mejor que nunca- su único alimento. 

Mientras otros cantantes nos dan explicaciones de todo en sus perfiles personales, nos comparten a dónde van y vienen y se molestan en alimentar con sospechoso frenesí sus redes sociales, Luis Miguel apenas ha tenido que molestarse en poner un pie por ahí y hacer a un lado a sus guardaespaldas para convertirse en fenómeno viral y tener a la prensa, de nuevo, donde en el fondo siempre la ha tenido: a sus pies. 

La sonrisa, la imagen renovada, las ganas de entrar en contacto con sus admiradores parecen estar surtiendo efecto en ambos sentidos. Él se ve mejor, más dispuesto y agradecido, mientras que la opinión pública empieza a serle favorable de nuevo, gracias al puro influjo de su carisma y de un cariño que aún se nutre de los buenos recuerdos. Pero el reto está aún ahí: ¿qué nos traerá su inminente regreso a la escena musical? Su clásico estilo pero fresco y renovado en manos de algún visionario productor o la misma fórmula que tanto le dio pero que de la misma manera logró anquilosarlo. 

Mientras la duda se despeja, aquí seguiremos esperando que nuevas canciones lo traigan de vuelta para que entonces sí, las luces del recinto se apaguen, los gritos y los aplausos retumben, y la luz cenital caiga finalmente sobre él para recordarnos con su voz y presencia a esa figura que ha marcado  a generaciones enteras que pese a todo, siguen reconociendolo en él, y solo en él, al mejor artista del continente.

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