¿PARA QUÉ? (BARTLEBY Y COMPAÑÍA)

Hace 12 años en Madrid entré a la librería del Corte Inglés que está en Puerta del Sol (desde entonces no vuelvo así que no sé si permanece ahí). Lo hice con el propósito de comprar un libro corto y fácil que me acompañara en el viaje que estaba por hacer "de mochilazo" a algunas ciudades de Europa. 
Después de mucho divagar en la librería y desechar una serie de títulos que se me antojaban demasiado ramplones incluos para mi antojo de algo precisamente ramplón, me topé con Bartleby y compañia, de Enrique Vila-Matas, en una edición de quinteto. Práctica, flexible y barata, era justo lo que necesitaba para mi viaje. La reseña de la contraportada no terminaba de animarme, sin embargo, había la promesa de cierta ambigüedad que me llamaba la atención. Después de mucho deliberar, compré el libro. 
Más tarde, recostado en el tren que me llevaría no recuerdo a dónde, abrí el libro y me di cuenta de dos cosas: la primera era que el libro era todo menos insulso y fácil; la segunda,  que yo era un muchacho pretencioso que se resistía a una lectura deliberadamente fácil y ahora debía pagar el precio de no haberme entregado a un placer más simple y vulgar. En definitiva, lamenté haber comprado el libro y durante años me quedó un regusto amargo de él y su autor, al que sistemáticamente evadí en las librerías durante buena parte de mi juventud.

Solo ahora, casi 15 años después de haber comenzado a escribir algo fragmentario y difuso, me he acordado de él y he recurrido nuevamente a sus páginas para estudiar la estructura, también fragmentaria que lo distinguió en su momento. Quizás -pienso- haya sido la semilla que sus páginas sembraron en mí en aquel trayecto de tren lo que ahora, después de tantos años, emerja con esta idea a la que he comenzado a darle vida. 
Para mi sorpresa, el separador seguía en la misma página en que lo dejé durante aquel viaje en tren. Contrario a lo que recordaba -pude comprobar- abandoné el libro mucho más allá de la mitad; casi llegué al final. No saqué nunca el separador de ahí confiando en que algún día regresaría y retomaría su lectura. Finalmente lo he hecho, pero esta vez lo he leído completo, de principio a fin. Y no deja de asombrarme que el libro que nada me dijera hace tanto tiempo ahora me sacuda con tanto vigor, inspirándome a escribir de un modo distinto, a adentrarme en nuevos autores, nuevas lecturas.  Lo más increíble de todo es el vacío existencial que su lectura ha traído consigo.

Bartleby y compañía es un libro que no cuenta ninguna historia en particular, y por lo mismo, no llega realmente a nada. Un libro de notas que abordan la vida, la historias, el misterio de aquellos escritores que en la cima del éxito o frente a la clara promesa de alcanzarlo renunciaron a la escritura, a la Literatura; escritores que con un solo libro a cuestas guardaron silencio durante décadas, en su mayoría, para no volver jamás a escribir una sola palabra, un solo verso, como fue  Juan Rulfo, con el que el enigmático narrador estrena este diario de notas.

Se trata de un libro que mezcla la ficción en la que vive estrictamente el narrador, y la no ficción a la que pertenecen todos los escritores de los que habla el libro. Aunque como he averiguado después, Vila-Matas suele jugar así con nosotros, lectores, metiéndonos en un universo que no parece pertenecer del todo a la ficción, y en el que sin embargo desliza anécdotas y referencias completamente inventadas que uno terminado dando por ciertas.

El Bartleby del título alude al personaje creado por Herman Melville en su relato "Bartleby el escribiente"; una pequeña joya que aborda el tema de la renuncia en su sentido más hondo. Una persona que se niega a hacer todo lo que le piden en su trabajo simplemente porque "preferiría no hacerlo". Así, el narrador de este libro de alguna manera renuncia también a su propio trabajo (el muy ladino se reporta enfermo durante tantos días que terminan por despedirlo) para ponerse a escribir este intrigante compendio de notas que nos lleva a preguntarnos por el sentido último de la Literatura. Los escritores que han dejado de lado la escritura parecen haberlo hecho persuadidos de la imposibilidad de explicar o explicarse el misterio de la vida a través de ella; por la incapacidad del lenguaje por desvelar los misterios más profundos de lo humano; por el fracaso de la palabra escrita para decodificar el lenguaje abstracto que surge de los meandros del pensamiento.

¿Para qué? se pregunta uno al terminar de leer este libro. ¿Para qué nada? Quizás solo para trascender, para dejar -aunque fuera por su misteriosa voluntad de anularse- una huella digna de figurar en un compendio de notas, redactado por un personaje de ficción durante una lluviosa tarde de domingo.

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