SOÑAR CON PAPÁ

No sé si haya sido por la enfermedad que hace unas semana me tuvo sumido en una extraña sensación de diurna irrealidad, pero durante esos días, por las noches, logré conciliar sueños vívidos de lo más profundos. Uno de ellos tuvo que ver con mi papá. En el sueño me pasaba algo nada infrecuente en mis vigilias, a saber, un falso encuentro con él a través de algún desconocido, de alguien que de pronto -sin querer ni saber- reproducía una postura similar a alguna que le era propia o característica a mi padre. Desconocidos que vistos de espaladas en la calle o de perfil en un restaurante, por un instante parecían encarnarlo. 

Más de una vez he visto a alguna persona a distancia y me he dicho “si no fuera porque se ha ido, juraría que es mi papá”; y lo curioso es que aún a sabiendas de la imposibilidad, fantaseo y me aproximo a esa persona hasta que la ilusión se desbarata por completo a medida que las facciones del desconocido adquieren la nitidez suficiente y necesaria para desmentir la ilusión, el símil. 

En algunos casos he hallado estos parecidos fugaces de mi papá en hombres claramente mayores de lo que llegó a ser él. No siempre es por la postura o por algún parecido físico sino por la ropa o la actitud, propias de aquellos hombres que han dejado atrás los agobios de la vida productiva y se han entregado a la contemplación de los días que cada vez van encontrándolos más sumisos y obedientes, más conformes y resignados con lo que la vida les ha dejado y arrebatado; con el lugar que ocupan en sus mundos cada vez más reducidos, desprovistos ya de las grandes expectativas y promesas mucho más propias de un pasado remoto y casi olvidado; una ilusión extraña e incómoda. Almas frágiles que se protegen ya del mundo con un suéter de lana y la elegancia sencilla pero clásica de unos mocasines y la camisa blanca, almidonada, para no perder el aplomo ni la dignidad. En esos casos, cuando lo reconozco a él en algún desconocido, me quedo a contemplarlo un poco más, imaginando cómo se habría visto él de haber llegado a esa edad. No lo sé, supongo que el subconsciente busca la manera de que el tiempo no se detenga y que la persona – en este caso mi padre- continúe envejeciendo, aunque sea en el imaginario. Estas ilusiones -me gusta pensarlo así- son un atisbo de ese futuro que quedó trunco para él.

En mi sueño de hace unos días, caminaba por la calle y lo veía de perfil sentado en una mesita a pie de calle, con su chaleco de Zara azul que ahora me pongo yo aunque me quede un poco holgado; con sus mocasines color vino, camisa blanca y peinado hacia atrás, seguramente con pistola, como hacía cada mañana con excesiva meticulosidad antes de irse al trabajo. En realidad, iba algo elegante para ese lugar que más parecía una cocina económica. Yo, caminaba por la acera de enfrente y, aún a sabiendas de que no podía tratarse realmente de él, me detenía a contemplarlo, a encontrar el fallo que terminaría por desbaratar la visión, la ilusión. Y cuando así fue, no recuerdo exactamente si seguí a pie, o si fue ahí mismo, frente a la imagen de él ya deshecha por la realidad, que rompí a llorar presa de un nuevo sentimiento de pérdida, de dolor ante lo irrecuperable.

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