CAMINO AL TRABAJO
Hoy en la mañana venía sobre Miguel Ángel de Quevedo y pasando el semáforo de División del Norte se incorporó un coche blanco. Reconocí al conductor. Un adolescente de unos 18 años de edad, hijo de una ex novia de mi hermano. Al niño lo conocí cuando él tenía 4 años, lo traté sólo el tiempo que duró la relación de mi hermano con ella. Fuimos cercanos en su momento.
A través de los años y gracias a Facebook he visto la transformación del niño en adolescente, y solo por eso pude reconocerlo, aunque su rostro actual no traiciona tanto al de antaño, al del niño.
A través de los años y gracias a Facebook he visto la transformación del niño en adolescente, y solo por eso pude reconocerlo, aunque su rostro actual no traiciona tanto al de antaño, al del niño.
Él venía en el carril izquierdo, yo en el derecho; íbamos a la par, pero llegó un punto en el que los coches frente a él se detuvieron y buscó la manera de cambiarse de carril, al mío, o en el que yo venía. Me detuve y lo dejé pasar sin intercambiar después agradecimientos ni miradas, ni mucho menos reconocimientos.
Él siguió su camino y pensé en lo curioso que era el hecho de que él por siempre ignoraría que la persona que le había cedido el paso esta mañana era yo, a quien seguramente recordaría si me hubiera visto o lo hubiera puesto al tanto de mi identidad. También es curioso, a su modo, saber que muy probablemente yo no le hubuiera cedido el paso a otra persona.
Me quedé pensando en las "fuerzas" que operan siempre a nuestras espaldas, esas que no vemos; en esas manos que a veces nos empujan o detienen sin nosotros saberlo; en esas voluntades que nos favorecen o perjudican desde la sombra o el anonimato, y que lo hacen sin que nosotros entendamos siempre las causas o los motivos; motivos que acaso puedan encontrarse en un pasado remoto del que apenas y guardamos memoria.
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